domingo, 27 de febrero de 2011

Las Roscas

Tal como habíamos quedado mi hermano y yo, este jueves pasado salimos a dar juntos un paseo. Esta vez, yo había  preparado de antemano el itinerario. Fui a buscarle y, de nuevo en su coche, tomamos la carretera NA-160 que, pasando por Cintruénigo, nos llevó a la villa de Fitero.

Una vez en esta población, aparcamos el vehículo al iniciar la carretera a Valverde, anduvimos unos 150 metros y tomamos un camino a la derecha, donde había un letrero anunciador del recorrido del Circuito de las Roscas, rotulado como sendero local SL NA-216, con una distancia de 8,2 kilómetros.

Caminamos un trecho entre las huertas, intuyendo el cercano río Alhama, y al poco tiempo de abandonarlas nos topamos con un pequeño arco de piedra del siglo XVII sobre el cual discurre una acequia de la que se filtraba alguna que otra gota de agua. Nos picó la curiosidad, pasamos por debajo entre la maleza y salimos a un reducido barranco que inspeccionamos a conciencia. En el prospecto que llevaba a mano leí que se trataba del Pozo del Sueño y el barranco del Lindo.

Pozo del Sueño y barranco del Lindo

Satisfecha la curiosidad, retornamos al camino. Oímos el canto de unas aves, tordas (malvices) negras, dijo mi hermano, reconociéndolas como buen cazador. Continuamos la marcha, ahora protegido nuestro flanco izquierdo por unos farallones rocosos. En un corto trecho hallamos una oquedad a la que se llega por una estrecha senda ascendente. Se trata de la Cueva de la Mora, inmortalizada por la leyenda de Gustavo Adolfo Becquer.

Ascendiendo el barranco

Durante todo el trayecto, teníamos a la vista los, cada vez más cercanos, blancos edificios del Balneario de Fitero. Cuando ya estábamos a punto de arribar a él, tomamos el desvío a la izquierda que por la ladera del barranco va ganando altura hacia la dehesa del castillo. Por más que miramos hacia la cúspide no logramos descubrir  a ciencia cierta la ubicación real de las ruinas del castillo de Tudején.

Dejamos atrás el balneario de Fitero

Nos paramos a observar los restos de una antigua nevera de piedra. El ascenso está jalonado de yesos que reverberan con el sol. Tomillos, romeros, espartos y algunas lavandas componen la escasa vegetación que acompaña a los pequeños olivos existentes en la zona. Pasamos junto a un pequeño refugio y el panorama se abrió ante nosotros.

Las Roscas

Las Roscas

Un macizo rocoso a nuestra izquierda, el de Las Roscas, nos dejó sorprendidos con unas configuraciones erosionadas muy características. La pista va bordeado la montaña haciendo que los peñascos tomen las apariencias más variadas conforme vamos girando. Es un rincón singular donde la naturaleza ha esculpido las rocas creando formas caprichosas haciendo de éste un lugar mágico, cual ciudad encantada navarra.

Las Roscas

Los buitres han establecido en estos riscos su espacio de nidificación y distinguimos varias aves sobrevolando y posándose en las alturas. Durante la travesía escuchamos los sonidos de las grullas iniciando sus agrupaciones flechiformes.

Las Roscas

La ruta desciende hacia el barranco de los Blancares y giramos bruscamente a la izquierda en el paraje de Peña Roya. A ambos lados campos secos y almendros en flor. Un pequeño puente en una curva, al final de una charca con abundantes carrizos, hizo que pudiésemos salvar el barranco. En unos cuantos pasos alcanzamos la carretera de Valverde y a escasos quinientos metros vimos nuestro vehículo estacionado.


La charca junto al puente

El pequeño barranco de los Blancares

Después de recorrer los veintitrés kilómetros que nos separaban de Tudela, llegamos justo a tiempo para comer.

viernes, 25 de febrero de 2011

Plana de la Negra

La pasada semana quedé con mi hermano para salir a caminar juntos. El viernes, por la mañana, vino a buscarme con el coche y, tras un breve titubeo, decidimos encaminarnos hacia la Bardena Negra.  Tomamos la carretera de Tudela a Ejea de los Caballeros y en el kilómetro 17 la abandonamos internándonos en una pista a la derecha por la que ascendimos al plano en el que coexisten las Bardenas Navarra y Aragonesa.

Dejamos el vehículo y  un panel nos puso en la disyuntiva de elegir entre el camino de la izquierda hacia la Punta del Alba y el de la derecha al Plano de en medio. Tomamos el de la izquierda y al cabo de un kilómetro llegamos al emplazamiento indicado. Se trata de un cortado a pico que se adentra en el vacío. No me acerqué excesivamente al borde a causa del  problema  que padezco con el vértigo.

La Nasa al otro lado de la carretera

Bardenas, depresión del Ebro y Moncayo

El panorama era esplendoroso. Frente al punto más avanzado los erosionados montículos ocriverdes de La Nasa. A su izquierda la amplia depresión del Ebro tutelada por un Moncayo ataviado con una nívea falda brillante por los rayos solares. A la derecha de La Nasa, colindantes en la lejanía, las siluetas de la Ralla y el Rallón evidenciando la Bardena Blanca. Más a la derecha la planicie de Aragón mostrándonos el cercano pueblo de Valareña y la distante villa de Ejea de los Caballeros. Como telón de fondo los lejanos picos dorados de los Pirineos entre los que me pareció reconocer, a pesar de la distancia,  los próximos a la ciudad de Jaca. Los buitres, planeando sobre nuestras cabezas, realizaban figuras circulares con sus vuelos.

Bardena Blanca

Senda entre pinos y carrascas

Volvimos sobre nuestros pasos y tomamos una ancha vereda a la izquierda que, según el letrero indicador, nos conducía al Plano de Inca. Nos dio la impresión de que podríamos girar a la derecha para situarnos donde estaba el coche, pero el verde barranco que separaba los dos itinerarios cada vez se hacía más extenso y profundo.

El muérdago amarillea entre los pinos del barranco

El muérdago asfixia a los pinos

Ovejas custodiadas eléctricamente

Anduvimos por la pista, jalonados a ambos lados de carrascas y  pinos, algunos de los cuales aparentaban agonizar asfixiados por el muérdago, perenne parásito y vampiro vegetal que absorbe inmisericorde su savia. Llegamos a una pequeña planicie donde unas solitarias ovejas, custodiadas por un pastor eléctrico, rumiaban los tallos secos del rastrojo. Dimos la vuelta para tomar la ruta inicial que nos llevaría al lugar donde habíamos estacionado.

El Moncayo desde la corraliza

Volviendo a por nuestro vehículo

Dejando atrás el coche proseguimos, por el camino del Plano de en medio que conduce a Sancho Abarca, por espacio de otros dos o tres kilómetros hasta arribar a una corraliza situada en un pequeño alcor. Descansamos mientras hacíamos unas instantáneas y retornamos a nuestro lugar de partida. Montamos en el coche, rodamos por caminos del Plano del Alfarillo y, tras comprobar que no había otra salida, nos dirigimos para bajar la cuesta por la que habíamos ascendido.

De vuelta a Tudela, en vista de que la experiencia había resultado muy satisfactoria, tomamos la determinación de hacer una excursión de este tipo  una vez a la semana. Me dejó en la puerta de casa justo a tiempo para darme una ducha y comer.

martes, 22 de febrero de 2011

La laguna de Lor

Aprovechando que he ido al huerto de Urzante, decido dar un paseo más bien corto por un itinerario ya conocido que es muy de mi agrado. Se trata del sendero local  NA-219 que hace un recorrido circular desde la población de Barillas a la laguna de Lor y regreso. En total poco más de cinco kilómetros.

He estacionado el coche en una de las calles del pueblo y he tomado la vereda que atraviesa los nuevos chalecitos. Nada más comenzar me he topado con una finca de olivos espectaculares. He saltado el ribazo y me he puesto a hacer algunas fotos. Un hombre de mediana edad estaba trabajando con un tractor que arrastraba un cultivador. Lo observo un buen rato en sus idas y venidas. La tierra tiene un buen tempero y los arañazos de la herramienta dejan al descubierto la humedad de las últimas lluvias. 


El se da cuenta de que lo estoy observando y se me acerca. Suelo pararme a entablar conversación cuando me tropiezo con  alguien durante mis paseos.


Los olivos milenarios de la finca


A pesar de fragor del tractor, inicio mi interrogatorio:

- Buenos días, vaya olivos que tiene. Están preciosos.Cuántos años tienen?
- Alrededor de mil trescientos. Viene a verlos mucha gente, incluso de Francia e Inglaterra. Los traen no sé si de alguna agencia o de Diputación.
- ¿Cuántos hay y de qué variedad son?
- En esta finca hay cincuenta. Veinticinco negrales y otros veinticinco zambuches. Hay también algún alberquino, ahí al lado.
- Y empeltres, que son los de la tierra, ¿no hay? La variedad de zambuche no la había oído nunca. Yo tengo veinticuatro empeltres, dieciocho grandes, centenarios, y seis recientes.
- Es que hay muchas variedades de olivos. En esta finca no hay empeltres, más allá sí.
- ¿Están en buena producción? Lo digo por lo viejos que son.
- Pues sí, para que te hagas una idea, este año, de esos cinco de ahí recogí 420 kilos. Es que están bastante bien cuidados.

Le digo que estoy sacando fotos y amablemente se me brinda para poner el tractor cerca de uno para que pueda verse el tamaño del tronco. Hablamos un rato, me ofrece un trago de vino que acepto y un pitillo que rechazo, después de darle las gracias, nos despedimos.



La laguna está preciosa


La senda continúa entre olivos. Hay una finca de alberquinos puestos en palmeta. Los demás son muy grandes y están plantados al estilo convencional pero con mucho espacio entre ellos. Llego a la carretera que une Cascante con Ablitas y la cruzo. Tengo delante de mí la laguna. Está magnífica, casi a rebosar.


La lámina de agua parece un espejo

Los patos ni se inmutan cuando paso 


Voy dándole la vuelta. El agua está tersa, limpísima. Bastantes patos de agua. Algunos pescadores deportivos. Giro un poco y dejo a mi derecha el Saso de Pedriz. Sigo bordeándola. Junto a la caseta de compuertas me paro con un pescador

- ¿Qué tal se da la pesca?
 - Hoy mal. No pican
- ¿Qué pescáis aquí?
- Mayormente lucios y percas.

Le deseo suerte con la faena y sigo mi camino. Ahora tengo el sol de frente que riela en las aguas con las ondas que hacen los patos.


Barillas al alcance de mis pies


Almendros en flor, olivares y Cascante al fondo


Llego de nuevo a la carretera, la cruzo y prosigo por la senda paralela a la del inicio del recorrido. Ahora el sol aprieta de verdad, es que es la una y cuarto. Un buen trago de mi bebida isotónica en tanto llego a las primeras casas del pueblo. 


Me adelanta el señor del tractor con quien he mantenido la conversación en el olivar. Nos despedimos con un gesto amistoso. Asciendo una pequeña cuesta, llego al coche, me cambio de calzado, le doy al encendido e inicio los doce kilómetros que me restan para llegar a casa. La verdad es que tengo hambre.  

domingo, 20 de febrero de 2011

Situación equívoca


Días pasados, conversando con mi vecino de huerto, recordamos con regocijo una situación equívoca que se produjo uno de los veranos en que ambos pasábamos la canícula en nuestras colindantes casas de campo, que en numerosas ocasiones he comentado con mi mujer.

Dado que su esposa y yo trabajábamos y teníamos los mismos horarios, acordamos optimizar recursos y decidimos que yo la llevaría en mi coche, la dejaría a las ocho de la mañana en su centro de trabajo que me caía de paso, estacionaría mi vehículo en su plaza de garaje, próximo al banco donde yo prestaba mis servicios, y a las tres de la tarde la recogería de vuelta para comer en el huerto ya cada uno en su casa.

Algo similar a lo que hacíamos cuando nuestros hijos eran menores y los teníamos que llevar a Tudela con el fin de que fueran al cine o a estar con sus amigos. Nos turnábamos para evitar viajes duplicados. Nos fue de una gran utilidad y de la misma manera en esta nueva coyuntura.

Por las noches, después de cenar, nos juntábamos los dos matrimonios en una de nuestras  casas, alternativamente, para tomar unos pelotazos y charlar un poco. Estábamos solos en pleno campo y la televisión no era nuestro fuerte.

Una noche, en una de nuestras veladas, les dije:

- ¿Os dais cuenta de que Rosa y yo estaremos en boca de todos? Tudela es un pueblo para estas cosas.
- ¿Pues? (forma de preguntar típica de los tudelanos, equivalente a por qué)
- Tened presente lo que dirán sus compañeros de trabajo en el hospital: Esta no viene de casa. El que la trae... no es su marido. La recoge a las tres y vuelven juntos al día siguiente. ¡Aquí hay lío!

Nos miramos los cuatro y soltamos una carcajada.

- ¡Anda, pues es verdad! ¡Que se jodan!

Mi vecino y yo, al cabo de los años, volvimos a reírnos nuevamente de esta situación que para algunos podía resultar sospechosa y sin embargo para nosotros era totalmente natural.

¿Cuantas veces nos ocurre que creemos haber visto lo que no ha sucedido? Lo malo de estas circunstancias es que, en numerosas ocasiones, dan pie para la maledicencia. Afortunadamente en nuestro caso no ocurrió.

sábado, 19 de febrero de 2011

El Barranco de Espadas

Como otros días me dirijo hacia la planta de tratamiento de las aguas de Tudela. Después de pasar al montículo de Los Pendientes de la Reina, tomo una pista a la izquierda que desciende suavemente hacia el Barranco de Espadas. Marcho vivazmente entre el arbolado. Un poco más adelante tengo que cruzar el liviano riachuelo producido por los sobrantes de agua de la potabilizadora.

El paseo es cómodo. Contemplo los bosquecillos de pino mediterráneo que se precipitan desde las cimas buscando la calidez de la hondonada. Llego a una especie de cañón donde parece ser da comienzo el Mediavilla. En la cuenca algún pino y sedimentos de ruejos y tierra. Algo más adelante vuelve a escucharse el murmullo del agua de la sobradera que da vida a los numerosos carrizos del cauce.


Los pinos descienden desde la Plana de Canraso

Posiblemente aquí se origina el Mediavilla

Discurro por el valle en el que se han unido otros dos barrancos. Aquí abajo el calor aprieta y me despojo de la ropa de abrigo. El verdor del romero contrasta con el gris pajizo de los espartos y el plomizo del tomillo, cuyos aromas y el de los pinos me acompañan en mi transitar por el zigzagueante camino.

El barranco se angosta

Tras un largo trecho, asciendo una pequeña costanilla y la vereda va a unirse con la que baja del montículo donde se ubican las antenas de radio y desciende al polígono industrial de Canraso.

Cauce del barranco

Desconozco el origen del nombre de Barranco de Espadas. Lo que recuerdo es que se trataba del muladar de Tudela donde antiguamente se depositaban los cadáveres de los animales para que los buitres dieran buena cuenta de ellos.

Además de pinos: romeros, espartos y tomillos

El recorrido, apenas una hora, se queda un tanto escaso para lo que yo ando habitualmente. He llegado a la conclusión de que la suma de los dos trayectos, el de la plana de Canraso y el de este barranco, es perfecto.

El valle se amplía

A mi entender la ruta idónea es la siguiente: iniciarlo subiendo la pendiente que se dirige a las antenas de radio, continuar por toda la plana de Canraso hasta la planta potabilizadora, descender y antes de Los Pendientes de la Reina tomar el camino de la derecha para hacer el itinerario que hoy he descrito hasta alcanzar la pista que desciende al polígono.  La duración estimada es de dos horas y media, además del necesario para la ida y vuelta a casa desde este lugar. 

viernes, 18 de febrero de 2011

Plana de Canraso

Me habían comentado este recorrido, para mi desconocido,  que lleva desde la potabilizadora de aguas hasta las antenas de radio. Como no hay que dejar para mañana lo que puedas hacer hoy, decido sin más demora conocer con mis propios ojos el atractivo de este itinerario. Me dirijo hacia la potabilizadora y en tres cuartos de hora estoy arriba jadeando por el esfuerzo.  Tomo una pista a la izquierda desde donde doy comienzo al paseo propiamente dicho atravesando un lugar que según indican sucesivos rótulos es un campo de tiro con arco.

La mañana está soleada, muy fresquita y con una ligera neblina que no permite discernir con claridad los edificios de la ciudad. El camino va contorneando por la cima los diversos  circos repletos de pinos de un verde lujurioso que voy dejando siempre a mi izquierda. A mi derecha la plana seca, pardusca, pedregosa y sin árboles en las cercanías.


Entre los lejanos pinos de la derecha, el punto de partida


El camino discurre entre los pinos de la cima


Silencio absoluto, no se oye ni el gorjeo de los pájaros, estamos en invierno. Un poco más adelante el murmullo del agua en el fondo del barranco. Es la sobradera de la potabilizadora que vierte  residuos líquidos en la hondonada. De nuevo el silencio, no se oye más sonido que el de mis pasos. De súbito, el tableteo de dos helicópteros rompe la quietud de la mañana. Poco a poco se van alejando y vuelve la tranquilidad. El sol comienza a calentar lo suyo.



El camino discurre por el altiplano


Sigo caminando al amparo de la sombra de los pinos que descienden raudos hacia la cuenca impidiendo que penetren en ella los rayos solares. No tomo ningún atajo para sortear los salientes de los diversos anfiteatros y me asomo reiteradamente para contemplar la magnífica panorámica de la totalidad del Barranco de Espadas donde confluyen todos ellos con sus exangües torrenteras que dan origen al Mediavilla recogiendo las aguas torrenciales de las tormentas.



Un descanso en el camino


Una cabaña de ruejos semi derruida me sale al paso. Descanso un rato y aprovecho para tomarme una barrita energética y un trago de bebida isotónica, compañeros inseparables de mis andanzas. Sigo caminando y se me abre un claro con una depresión carente de arbolado. Cercano ya el pico donde se asientan las antenas de radio de la ciudad. Abajo el barranco en toda su amplitud y al fondo, envuelta en un halo de niebla, la ciudad de Tudela con el Ebro alejándose de ella haciendo eses como un beodo.



La bruma se ha hecho dueña del valle


Subo un fuerte repecho hasta el alcor de las antenas e inicio un descenso largo por una pendiente muy inclinada que parece querer fundirse en las profundidades de la ciudad.

Miro mi reloj y compruebo que ha pasado solamente hora y media desde el comienzo en la potabilizadora. Desde ese punto es un paseo muy tranquilo y cómodo salvo el último repecho. No es muy prolongado, es espectacular pero no es aconsejable recorrerlo en época muy calurosa. 

martes, 15 de febrero de 2011

El meandro

Días pasados decidí ir al Bocal y volver por la orilla del meandro que hace el  Ebro desde Tudela a este lugar. Comencé, como otras veces, por el barrio de la azucarera y  seguí el camino que soslayando la población de Fontellas conduce al Bocal.

Una vez en el palacio de Compuertas hice un pequeño descanso en el pradillo que hay antes del edificio donde nace el Canal Imperial. Tras el reposo tomé la senda que parte a la derecha atravesando un puente sobre un pequeño canal, y continué los derroteros del camino natural  del Ebro GR 99.

Por una vereda estrecha fui bordeando la finca del Carrizal hasta llegar a la orilla del río. De aquí parte, hacia la izquierda, una ruta entre cañaverales por la margen derecha del cauce que conduce hasta la Ciudad en dirección contraria a las aguas.

Caminé un buen trecho. La mañana estaba soleada, un tanto gélida, además soplaba un ventarrón del norte que hacía la frialdad más notoria. Los cañales terminan pronto y la pista queda abierta al cierzo. Hacía mucho frío, bajé las orejeras del gorro y metí las manos en los bolsillos del forro polar. Habían dejado abiertas las puertas del campo y un viento helador se colaba hasta los huesos.

La senda del puente 

Caminando por el cañaveral

Avancé a paso vivo para combatir la frescura. Llegué a la mejana formada después de la presa de la Gamella. Había un olor fétido procedente de la cercana depuradora de aguas sucias de Tudela.  Conforme me iba acercando el hedor se hacía insoportable.

Por la orillita del río...

caminando sin cesar

Arribé a la represa escuchando el fragor del agua descendiendo a borbotones por ella. Reanudé el camino y pronto me situé bajo el  nuevo puente sobre el río. Sentí curiosidad, me acerqué a unos huertos para ver las verduras y comprobé que las alcachofas no estaban tan mal como pensaba. Proseguí aguas arriba y el paseo del Prado me recibió con su geiser lanzando un chorro de agua a las alturas. Estaba ya en la Peñica, lugar de antiguos y juveniles escarceos amorosos. Según el cartel indicador, había recorrido siete kilómetros desde la casa de compuertas.

Las alcachofas no están mal bajo la mirada del Moncayo

Ya se vislumbra al fondo la ciudad

Por la calle Gladys accedí al paseo de Invierno y, de este lugar a mi casa, quedaban escasamente trescientos metros  que transité suspirando por la inminente y reconfortante ducha que me esperaba.

viernes, 11 de febrero de 2011

El "Escuraño"

Hace unos días, al iniciar uno de mis paseos matinales, al final de la calle Yeseros, una de las que recorro para salir de la ciudad, me fijé en dos baldosas de cerámica unidas, situadas a unos dos metros de altura, con la siguiente inscripción: La Cofradía “el Escuraño” en homenaje a los que lo pasaron. Aquí empezaba. 3-7-1993

No pude por menos de sonreír con añoranza por los años de mi niñez. Había juegos que daban carta de naturaleza: el cazuelita o cazuelón, el churri, el esbarizaculos, los cojinetes, los pitones, las chapas y otros muchos, pero lo que de verdad, de verdad, daba el valor añadido en nuestro status mueteril era haber pasado el escuraño. Si no lo habías hecho no eras nadie.

ESCURAÑO.- Era conocido con este nombre el túnel oscuro (de ahí el nombre de Escuraño), que cubría el río Mediavilla, desde los campos de fútbol de jesuitas hasta las proximidades de San Nicolás. Es palabra tudelana, con etimología en escurar y escurecer como oscurecer. (Luis Mª Marín Royo. El habla en la Ribera de Navarra)


ESCURAÑO.- Era conocido con este nombre el túnel oscuro (de ahí el nombre de Escuraño), que cubría el río Mediavilla, desde San Nicolás hasta cerca de la calle del Portal. (Luis Mª Marín Royo y José L. Ramírez Álava. Palabrejas, palabros y dichos en la Ribera Tudelana)


Tendría yo alrededor de ocho años cuando una tarde, unos cuantos amigos, nos dirigimos para realizar nuestra proeza a los campos de jesuitas. Desde el puente hasta el río había un gran desnivel, lo bajamos y comenzamos nuestra exploración. Avanzamos por el cauce descubierto unos doscientos metros, pasamos después bajo el puente de Yeseros y a continuación, tras unos metros al aire libre penetramos en el primer trecho oscuro por debajo de las casas y de la calle Granados y nuevamente salimos a la claridad solar en la trasera del Liceo durante otros doscientos metros.

Por el subsuelo de este cauce pasa el río

El arco de la iglesia de San Nicolás. Por debajo el río


Aquí comenzaba el tramo más largo en el que el río Mediavilla discurría soterrado. Nos introdujimos  por un arco de medio punto negro como boca de lobo. Teníamos encima la iglesia de San Nicolás, después la calle Rúa, entonces de Mariano Sainz. Íbamos chapoteando a oscuras en el lodo del lecho, hablando unos con otros, tratando de disimular el desasosiego que nos causaba la oscuridad que nos rodeaba,
-          Yaistamos en la calle Caldereros, porquimos pasau los primeros argollones de la Ruga.
 -          Pues isos diai tien que ser los de sanantón.
Efectivamente, tras el susto de alguna rata y de algún desagüe soltando detritus, tapándonos la nariz con el pañuelo, vimos en el techo del túnel unos orificios por los que penetraba algo de la luz diurna. En esta parte el hedor era insufrible debido a que en aquel entonces las casas colindantes vertían sus aguas negras al río.

Por aquí salía a la luz. Los baldosines indican el cauce soterrado

El final en la calle Terraplén


Después de pasar la calle San Antón salimos de nuevo a la luz por debajo de las casas. Estábamos en los corralones del antiguo hospital de Huerfanicos. El recorrido subterráneo estaba prácticamente cumplido, solamente nos quedaban los puentes de las calles Pontarrón y Portal. Anduvimos la distancia restante y subimos a la calle Terraplén, porque el puente que discurría por debajo de la vía del ferrocarril era peligroso debido a un sifón existente para el paso de la acequia de Mosquera. Tras este puente, a ciento cincuenta metros el Mediavilla se integraba en el Ebro.

La desembocadura en el Ebro


Felices y contentos por haber llevado a buen término nuestra aventura, estuvimos deambulando por el paseo del Prado tratando de hacer desaparecer el olor del que estábamos impregnados. A pesar de ello, recuerdo la jabonadura que me dio mi madre en un balde, puesto que en nuestra casa, en aquellos tiempos, la ducha brillaba por su ausencia. 


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