jueves, 29 de agosto de 2013

El trío


Saray estaba exultante por la vida que crecía dentro de ella. Tras dilatados años de tentativas baldías, había alcanzado la meta propuesta. Durante mucho tiempo, Abrán, su esposo, se había obcecado estúpidamente en tener un hijo que heredase su hacienda y, a pesar de los infructuosos intentos a lo largo de su matrimonio, no lo habían logrado. A instancias de su cónyuge, persuadido de su esterilidad, indujo a copular con él a Agar, la joven asistenta argelina que venía todos los días un par de horas para ayudarle en las faenas domésticas. La muy lagarta accedió, con la mirada puesta en los “papeles”.

Saray tuvo que tragar carros y carretas y, en ocasiones, se vio obligada a compartir cama con ellos, a pesar de su repulsión. La zorra de la fámula quedó preñada a los primeros envites. Desde ese mismo momento, los desprecios e impertinencias soportados se incrementaron. Para eludir el repugnante trío nocturno se refugió en Internet, y en Google encontró la solución a sus cuitas: “mujer japonesa queda embarazada a los 60 años de edad”.

Rápidamente se puso en contacto con el doctor Yahiro Netsu y, de paso, con un jugador de basket bien dotado. Ahora, viendo su abultada barriga, sonrió satisfecha. ¿Qué se creían la estúpida de Agar y el baboso de su marido? ¡Por fin, ella también lo había conseguido!

Felipe Tajafuerte
2013

miércoles, 21 de agosto de 2013

Contacto con la Bella desconocida

Emprendimos con cierto retraso nuestro viaje a Cáceres desde Suances, en Cantabria, donde habíamos pasado unos días de vacaciones.

Abandonamos el terreno verde y abrupto, tras varios túneles y viaductos que atraviesan la cordillera Cantábrica, y penetramos en la llanura de Tierra de Campos. Avistamos Palencia y, a pesar de que apenas habíamos recorrido doscientos kilómetros, decidimos hacer una parada en esta ciudad, concedernos un descanso y, si era posible, visitar la catedral.

Después de estacionar el coche, nos tomamos un café y nos encaminamos a la oficina de información, situada en la calle peatonal más emblemática de la ciudad: la Calle Mayor. La suerte se puso de nuestro lado puesto  que, a las doce y media, comenzaba una visita guiada a la catedral. Dado el escaso tiempo de que disponíamos, debíamos optar por esta visita al interior, de una hora de duración, o bien dedicarnos a hacer un recorrido exterior por diversos monumentos.  El sol, inmisericorde, a punto de freírnos los sesos, hizo que nos decantásemos por lo primero y cobijarnos en las sombras protectoras de las naves catedralicias.

Teníamos un cuarto de hora escaso para llegar a la seo. Dejamos a un lado el convento de las Agustinas recoletas, al que echamos una breve ojeada, y nos situamos en la Plaza de la Inmaculada desde la que se percibe una magnífica panorámica del principal monumento de la ciudad: la catedral de San Antolín, "la Bella Desconocida", como popularmente se le conoce.

La catedral desde la Plaza de la Inmaculada
Carece de lo que comúnmente conocemos como fachada principal ya que lo que nos llama la atención a primera vista es su torre, de estilo gótico algo tosco, con la única decoración del reloj central, un gran ventanal desde el que se ven las campanas y dos arcos a modo de espadaña, uno grande de medio punto y otro encima con arquitrave, todo coronado de grandes pináculos.

Puerta del Obispo
A la derecha teníamos la puerta de El Salvador, conocida como de los Novios, con una sencilla decoración gótica, y a la  izquierda se encuentra la puerta llamada del Obispo, muy decorada y un tanto deteriorada, por la que nos introdujimos. Era la hora. Un sacerdote de edad avanzada se convirtió en nuestro cicerone.

Uno de los cruceros
La primera impresión al entrar, además de su grandiosidad, es el hacernos olvidar la desconcertante sobriedad de sus formas exteriores. El estilo gótico se ve acompañado por variaciones flamígeras y decoraciones renacentistas, platerescas y barrocas, estas últimas en numerosos retablos.

El interior
Consta de tres naves, con la peculiaridad de que tiene dos cruceros, el más estrecho da arranque a la girola, donde se encuentra uno de los dos altares mayores de que también consta. Las naves están separadas por pilares fasciculados, sobre los que descansan los arcos ojivales y las bóvedas de crucería que se van complicando desde la cabecera a los pies. La nave central está ocupada por el coro y el otro altar mayor, separados por el crucero más ancho.

La girola
Un espectacular triforio, que se cierra con preciosas tracerías, recorre esta nave, el crucero y la cabecera. Es una catedral grande, una de las mayores de España, y esa es una de las sensaciones que trasmite.

El triforio
Fuimos haciendo el recorrido bajo las prolijas explicaciones de nuestro guía. Además de los retablos de la capilla del Sagrario y de la capilla Mayor, llamó mi atención uno de piedra, plateresco situado en la nave de la epístola, atribuido a Diego de Siloé.

Retablo plateresco atribuido a Diego de Siloé
En la capilla del Sagrario, rodeada por la girola, me paré a leer el epitafio del sepulcro de doña Urraca, hija de Alfonso VII de León y esposa del rey de Navarra García Ramírez. Cuando no estamos en ella, las cosas de nuestra tierra siempre nos cautivan.

Sepulcro de doña Urraca
En una de las paredes que rodean el coro, me sentí sorprendido por un desproporcionado crucifijo que, según parece, esculpieron dos artistas distintos con diversa fortuna.

Un Crucificado un tanto deforme
Entre otros tesoros de la catedral disfrutamos de una serie de enormes tapices de un colorido impresionante, un Martirio de San Sebastián de El Greco, un cuadro de Carlos I, cuyo rostro hay que ver a través de un agujero lateral y, algo que me llenó de satisfacción: un grupo escultórico triple de Santa Ana, realizado a principios del siglo XVI por Alejo de Vahía. Sin dudarlo un instante, me apresuré a hacer la fotografía que engrosará mi colección de imágenes de nuestra patrona.

Sala con los tapices
Nos situamos en el trascoro, a los pies del templo. En el centro de un suntuoso retablo pétreo, excelente muestra del renacimiento español, tardo gótico y plateresco, se encuentra un políptico del pintor flamenco Jan Joest y, coronando todo el conjunto, el escudo de los Reyes Católicos y una estatua de San Antolín.
El trascoro
Todavía nos faltaba la última sorpresa. De la base del trascoro descienden unas escaleras que nos llevan a la cripta. Una iluminación muy adecuada nos muestra, sobre nuestras cabezas, los impresionantes arcos de herradura transversales que parten del mismo basamento que sustentan la cubierta.

La cripta de San Antolín
Es una nave alargada con una pila bautismal en primer término y, al fondo de la misma, detrás de un pequeño altar, se encuentran los únicos restos de la primitiva catedral visigótica del siglo VII. En los laterales algunos pequeños vanos abocinados parecen dar acceso a las entrañas  soterradas del templo.

Los restos visigodos de la cripta
Finalizado nuestro recorrido, después de una fugaz vista del claustro, salimos a la claridad cegadora del mediodía palentino. Nos dirigimos a recoger nuestro vehículo, no sin antes adquirir mi mujer el dedal correspondiente. De camino, todavía descubrimos la Plaza Mayor con el Ayuntamiento y la iglesia de San Francisco.

A pesar de la hora, no nos resistimos y penetramos en ella, aunque estaban ya cerrando. Solamente pudimos ver la nave central de este templo gótico con partes añadidas renacentistas y retablo barroco. Entablamos conversación con un fraile franciscano que nos informó de que por la tarde podríamos visitarla y contemplar los artesonados mudéjares. No quisimos decirle que nos marchábamos ya.

Iglesia de San Francisco
Eran más de las dos de la tarde cuando partimos de la ciudad, a la que nos prometimos visitar de nuevo, con menos premura, dedicándole un par de días. Proseguimos nuestro viaje con la pretensión de hacer una nueva parada para comer, tras recorrer unos kilómetros más. Todavía nos quedaban unos cuantos hasta llegar Cáceres, nuestro destino.


viernes, 16 de agosto de 2013

Abecegrama 5-7-5





Acongojado
Balbuciente Confuso
Dubitativo

Esperanzado
Fecundo Generoso
Humilde Incauto

Jovial Kafkiano
Leal Meditabundo
Narciso Ñoño

Obtuso Pícaro
Quisquilloso Rastrero
Suspicaz Tosco

Urdidor Vago
Wagneriano Xenófobo
Y Zascandil



Felipe Tajafuerte
2013

jueves, 8 de agosto de 2013

Vigía del Aragón

La realizada hace poco más de un mes, se trataba de una bonita excursión que en numerosas ocasiones había deseado emprender en el momento en que, desde la orilla del río, durante una de las javieradas,  vislumbré aquél pueblo totalmente desconocido para mí, situado en una atalaya.

En aquella ocasión, caminábamos desde Murillo El Fruto hasta Sangüesa por la vereda paralela al río Aragón, con una parada prevista para comer en Gallipienzo, una población sin más atractivo que el del entorno en el que está ubicada. Allí tuve la primera noticia de que el pueblo, que poco antes había llamado mi atención, era el antiguo Gallipienzo, del que la mayoría de sus vecinos se habían trasladado a este nuevo por la incomodidad de vivir en aquel. Visto desde abajo, desde la orilla, su silueta impone.

En esta ocasión, llegamos por carretera, en un día luminoso y limpio, para conocer el mayor tesoro de este lugar: una de las cuatro criptas románicas existentes en Navarra, situadas todas ellas en un radio de acción de sesenta kilómetros. 

Fuente de la entrada
El autocar, tras subir por una carreterita estrecha y muy pendiente, con abundantes curvas, nos dejó a la entrada del pueblo, junto a una fuente de dos caños, primer punto de interés del mismo. A partir de aquí no hay forma de usar un vehículo, ni siquiera una bicicleta.



La iglesia de San Salvador y el caserío
Las calles son estrechas, muy empinadas, retorcidas, con el pavimento de piedra muy irregular. Las casas, algunas de ellas blasonadas, parecen auparse unas sobre otras, encaramadas en la montaña, tratando de alcanzar la cima donde se encuentra la iglesia de San Salvador, y se desparraman por las laderas del monte dominando el estrecho que allí forma el río.

Un bonito rincón
Comenzamos nuestro recorrido ascendente con paradas para recobrar el aliento y atender las explicaciones de Cristina, nuestra guía, la misma que nos condujo por Itoiz y Lumbier. Nos tomamos un respiro en un mirador, junto a la iglesia de San Pedro.
Iglesia de San Pedro

Desde el mirador, Monte Peña al fondo
El panorama es espectacular. Las verdes aguas del Aragón serpentean con reflejos de plata en la hondonada. El camino dibuja ocres en dirección al nuevo poblado. Entre éste y el monte Peña, con su verdor oscurecido por la distancia, la población de Cáseda.


Los pirineos nos observan
En lontananza los Pirineos nos muestran su blancura nacarada. En la misma dirección, una iglesia fortaleza emerge de la próxima Aibar y, perdiéndose en los alcores, Eslava, por la que hemos pasado para llegar hasta aquí. En el lado opuesto se intuyen las Bardenas.


El empedrado de las calles
Fuimos haciendo descansos en las calles ascendentes y, a pesar de ello, llegamos fatigados a lo más alto donde está la iglesia de San Salvador con su cripta. Ésta, cosa extraña, no tiene el acceso por el templo sino por una puerta lateral situada bajo el ábside del mismo. 


Penetramos en la crpta
Bajamos tres o cuatro escalones de piedra y nos situamos en medio de la oscuridad. Poco a poco nos vamos habituado a la luz que penetra a través de una ventana románica, con arco sobre columnas con capiteles, situada en el ábside. Es de una sola nave cubierta con bóveda de crucería.


La cripta y su ábside
El ábside, semicircular, separa la nave mediante un arco triunfal de medio punto, apoyado en columnas con sencillos capiteles. Está decorada con pinturas de grisalla de las llamadas de tranpantojo. Por un hueco del pequeño altar central se ven restos humanos.

Abandonamos la cripta y nos dirigimos a la puerta de entrada del santuario, sobre la que se pueden contemplar unos arcos apuntados, abocinados, con el tímpano en blanco.


Portada de la iglesia
Pasamos al interior, de una sola nave de proporciones casi cuadradas, con bóveda de crucería y un ábside poligonal, estilizado, con pinturas deterioradas, en el que se adivina un cielo azul estrellado


Ábside de la iglesia


El coro en ruinas
En el lado opuesto, la desolación de contemplar un coro arruinado: un trecho de la barandilla ha desaparecido y, amén de que se encuentra apuntalado, la escalera que da acceso al mismo está impracticable. Los recursos públicos no han alcanzado éste lugar, no obstante, el dinero particular ha aflorado para la reconstrucción de numerosas casas de pueblo.

Vista del pueblo desde la Iglesia 
Salimos al exterior y admiramos el incomparable paisaje y una preciosa panorámica del pueblo en el que destaca, al inicio del mismo, la iglesia parroquial de San Pedro.

Descendimos con precaución encaminándonos al sitio donde nos había dejado el autobús. En el descenso contemplamos en una ladera cercana las ruinas de la ermita de la Virgen de La Peña. Continuamos bajando y, en un muro de mampostería, observamos las figuras de unas cabras metálicas. Tales animales son la mascota del lugar, cosa que no me extraña en absoluto. Al marchar de aquel sitio lo hice con la sensación de haber visto uno de los pueblos medievales más subyugantes de Navarra.

Todavía nuestra excursión dio mucho más de sí,  pero eso ya lo iré desvelando en alguna próxima entrada.



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