martes, 28 de enero de 2014

Se hace camino al andar


En estos días he seguido con mis paseos preparatorios para la javierada y, además,  durante la Semana Literaria de Tudela, asistí a una charla de Ignacio Lloret sobre relatos, y a las presentaciones de las novelas de Dolores Redondo, Legado en los huesos, segunda entrega de la trilogía del Baztán, y de Rosa Blasco El sanatorio de la Provenza. No pude asistir a la de Carlos Aurensanz, pero ya había estado cuando presentó Banu Qasi en la S.D. Arenas en una ocasión anterior.

Ignacio Lloret, un gran comunicador
En la conferencia de Ignacio Lloret estuvimos cuatro y el de la guitarra, sin embargo, Dolores Redondo llenó hasta los topes el salón de sesiones de Castel Ruiz. La escritora donostiarra, afincada en el vecino Cintruénigo, está de rabiosa actualidad. El público quedó muy satisfecho del acto y yo salí con mi ejemplar firmado por la autora.

Dolores Redondo, llenó Castel Ruiz
Rosa Blasco también hizo pleno, pero no tan copioso como Dolores. Es su primera novela y además en formato electrónico. Logró así mismo conectar con los asistentes.

Rosa Blasco presenta su novela
El domingo tocaba otro tipo de cultura: una larga caminata y su almuerzo correspondiente. El lugar elegido esta vez fue Ribaforada. A las ocho en punto de la mañana estábamos como clavos en el punto de reunión, la puerta del Simply. Veintiséis personas tomamos la salida, por la "ruta del colesterol", en dirección a la vecina población de Fontellas.

Iniciamos la "ruta del colesterol"
Buena temperatura. Doce grados marcaban los termómetros, y ni una brizna de viento. El sol redondo, rojizo, salió a saludarnos por el costado izquierdo, abriéndose paso entre las ramas desnudas de los chopos. En la lejanía las estribaciones de la Bardena Negra, el Cabezo del Fraile y Sancho Abarca.   

Amanece
En tres cuartos de hora dejamos atrás el manantial de Fontebella, junto a la ikastola Argia,  tomamos la calle principal de Fontellas hasta llegar a la plaza, y por la cuesta de la iglesia salimos del pueblo, continuando por el paseo que lleva al Bocal.

Llegando al Bocal
De allí, todo seguido, por la orilla del Canal Imperial de Aragón recién nacido, primero por carretera y después por la pista, en dirección a Ribaforada. 

Por la carretera del Bocal
Por la orilla del canal
Reflejos en el agua y umbría en los pinos que abrigan nuestra derecha. Son las diez menos cinco cuando entramos en el pueblo y Manolo, con su cornetín, dio el toque de fajina. 

El toque de fajina
Mientras tomaban nota de la comanda, dimos buena cuenta de unos aperitivos a base de jamón y queso, acompañados de una fresca ensalada de lechuga y tomate, que ya teníamos preparados en la mesa. De veintiséis caminantes pasamos a treinta y tres papeantes. Había un menú muy variado, pero yo soy muy fiel y pedí lo de siempre. Invertimos en el refrigerio casi el mismo tiempo que en venir desde Tudela.

Yo soy muy fiel a este plato

Pero éste con costillicas también me tentó
Fortalecidos con con el buen comer y mejor beber, iniciamos el regreso a casa. Al abandonar el caserío nos topamos con una prueba ciclista y animamos a los participantes. Hacía calor y me estorbaba la ropa de abrigo por lo que me la quité. Charlando amigablemente se nos fue pasado el tiempo, mientras el Moncayo, ajeno a nuestras cosas, mostraba impávido su blanca y refulgente cresta.

Algunos, a la entrada de Tudela, hicimos un alto el el bar de la gasolinera para tomar una refrescante cerveza. Después, cada mochuelo a su olivo.  


sábado, 25 de enero de 2014

Banu Qasi (3)

Hace ya unos días que finalicé la lectura de la última entrega de la trilogía de los Banu Qasi. La verdad es que desde el inicio me vi subyugado de nuevo con las venturas, en este caso las desventuras de la familia muladí del la ribera del Ebro. En Banu Qasi La hora del Califa Carlos Aurensanz nos narra magistralmente la decadencia del clan de los Qasi que defiende con uñas y dientes, como gato panza arriba, su más preciado tesoro, la ciudad de Tudela, de los envites de Sancho Garcés I, el rey de Pamplona, asociado con Ordoño II, el monarca de León.


Pero sobre todo, en esta última novela, nos narra la irrupción en la ciudad de Córdoba del joven Abd Al Rahman III, un emir excepcional, que logra doblegar y unir a todos los musulmanes, y convertir esa ciudad en la más importante de occidente. A su regreso de la a'saifa en la que ha hecho huir a Sancho y ha arrasado Pamplona, se lleva consigo a Musa, último caudillo de los Banu Qasi, tras dejar al mando de la ciudad de Tudela a los rivales más encarnizados del clan. 

Toda la historia se sitúa en los albores del siglo X en que la Península se encuentra dividida entre los reinos cristianos del norte y el emirato de Córdoba en el sur. La novela mantiene el rigor histórico característico de Carlos Aurensanz y en ella se utilizan los documentos para construir un relato que nos transporta a otras épocas, manteniendo el interés del lector del principio al fin. 


Tiene su lectura una ligera dificultad causada por los nombres árabes de los personajes, tan semejantes entre sí, pero su situación en el tiempo y lugar los hace reconocibles. El uso de la toponimia árabe no causa mayores problemas ya que son fácilmente identificables. Nombres como Qurtuba (Córdoba), Saraqusta (Zaragoza), Malaqa (Málaga), Tutila (Tudela), Bambaluna (Pamplona), Ishbiliya (Sevilla) o Tulaytula (Toledo) no ofrecen mayores dificultades una vez asentado en la lectura. Al leer Uadi al Kabir, Uadi Anna, Uadi Ibru, Uadi Duwiru o Uadi Tadjo, por ejemplo, todos reconocemos los ríos de que se trata. No obstante, además de una extensa bibliografía, incluye un glosario de palabras árabes, otro glosario toponímico y un Dramatis personae que resuelven cualquier duda que se pueda suscitar.




A lo largo de las tres partes de que consta la trilogía hemos ido asistiendo a la transformación de las alianzas de las diversas familias y reinos. Cómo la religión y la política han ido arrinconando los lazos de sangre hasta hacerlos inútiles, haciendo que los familiares se enfrenten entre sí. Sancho Garcés I no duda en combatir encarnizadamente a sus parientes los Banu Qasi, y Abd al Rahman III, nieto de Onneca, cuya hija Toda es la esposa de Sancho, no tiene ningún escrúpulo en en arrasar su reino. Los dos en nombre de sus respectivos Dioses. Son muy significativas las palabras que Onneca Fortúnez dirige a la reina Toda Aznárez, esposa de Sancho Garcés I, con motivo del inminente cerco de Pamplona por su nieto Abd al Rahman III:

"Piénsalo, Toda. Cuando yo nací vivía aún mi bisabuelo, Enneco Arista, cuya sangre corre por tus venas, ¡y por las de tu esposo Sancho! Su madre llevaba mi mismo nombre, Onneca, y tras la muerte de su esposo casó con el caudillo muladí del Ebro, Musa ibn Fortún. Su hijo, Musa ibn Musa, era hermano de Enneco Arista y juntos lucharon contra nuestros enemigos comunes. ¿Lo comprendes, Toda? Enneco luchaba por su fe, Musa por la suya, pero el lazo de sangre demostró ser más fuerte que el del credo. Juntos , hombro con hombro, supieron defender a sus pueblos de la ambición de los francos y de la prepotencia de Qurtuba, y a su cooperación debe Sancho el trono que ocupa. ¿Por qué no podría volver a ser de la misma manera? ¿Por qué no acabar con la lucha que se prolonga desde hace diez generaciones?"  

He comprobado fehacientemente que el autor, da cumplida respuesta a todas y cada una de las cuestiones que planteó en la presentación de la obra a la que, en su momento asistí: la relación que unía a la reina Toda con el Califa, el por qué un hombre rubio con sangre vascona llegó a gobernar Al Ándalus, cual fue el motivo por el que Abderramán III sucedió en el trono a su abuelo, o que solamente Lucena surtía de eunucos a los harenes y la causa por la que numerosos emires tenían la condición de sietemesinos.

Carlos Aurensanz firmando mi ejemplar
 El tudelano Carlos Aurensanz publicó en el año 2009 la primera de las novelas que componen esta trilogía y ahora culmina con ésta una saga apasionante que ha mantenido el interés de los lectores, y durante estos cuatro años se ha granjeado la admiración y la fidelidad incondicional de numerosos seguidores.

Recomiendo encarecidamente su lectura a los amantes de la novela histórica, a pesar de que el género está lo suficientemente saturado, porque relata hechos de una época fascinante y porque estoy seguro de que disfrutarán y no se verán defraudados. 

jueves, 23 de enero de 2014

Nuevas ilusiones

Hace unos días pasé por la oficina de Castel Ruiz para inscribirme en el Taller de escritura creativa que volverá a impartir Pepe Alfaro próximamente, dentro de pocos días. Observé que inauguraba la lista de asistentes. Tengo la impresión que estaremos algunos que parece ser somos ya asiduos, junto a algunas caras nuevas.


Cuando, hace un par de años, me incorporé por vez primera a este taller, lo hice con cierta prevención. No sabía exactamente dónde me metía. Cogí el hilo con inusitada rapidez a pesar de que había transcurrido casi medio siglo desde mis últimos versos. Todo era nuevo para mí y, a pesar de ello, resolví las situaciones con cierta soltura. 

Me resultaba difícil escribir sobre el tema sugerido, ceñirme exactamente a la propuesta del profesor, buscar esa historia original, breve, concisa y darle la debida forma en un corto espacio de tiempo, puesto que sería leída y comentada en la siguiente clase. Pero lo conseguí, no sin constatar que la solución que yo "milagrosamente" había encontrado, mis compañeros la habían hallado también, distinta, natural, tan natural que me parecía obvia y oportuna. Y mejor que la mía. Aprendí, aprendí mucho de mis colegas. Resultó una grata experiencia.

Tan grata, que el pasado año repetí sabiendo ya a qué me iba a enfrentar y, pertrechado con el bagaje logrado con anterioridad, me lancé de nuevo a la batalla con armas y anhelos transformados. Contaba con la ventaja de la experiencia adquirida para contener el pudor que a algunos nos produce el que nuestros escritos sean leídos y comentados en público. Debo decir, en honor a la verdad, que siempre fueron recibidos con mucha benevolencia. Sin ser muy consciente de ello, adquirí nuevos conocimientos de tal forma que algunos de mis amigos blogueros confesaron haber notado en mí una mayor proyección.

Y ya estoy de nuevo encaminado y dispuesto a enfrentarme con este reto redivivo. Renovadas ilusiones, nuevas esperanzas, ánimos y deseos de aprender cosas inéditas para mí, y volver a retomar el contacto con quienes compartimos esas dos horas vespertinas de los miércoles, durante diez semanas consecutivas. Hay a quienes recuerdo perfectamente: Inma, Cristina, Elena, Inés, Gloria, Merche, Ramiro, Juanjo, Frank, Alberto... De otros recuerdo el rostro sin poder ponerle nombre y, por el contrario, tengo anotados nombres a los que no logro ponerles cara. Siempre he sido un despistado y, a estas alturas, no creo que me enmiende.

Quizá fuera buena idea hacernos una fotografía todos juntos. No sé. Tengo que proponerlo.

lunes, 20 de enero de 2014

Semana variadica


Comencé la semana con un par de días de total asueto en los que no salí ni a misa, solamente a un par de gestiones urgentes.

El miércoles y jueves me dí un par de hermosos paseos hasta El Bocal. El primero de ellos fue un día nuboso, de esos en los que el astro rey parece haberse ausentado sin dejar señas, en el que la niebla brillaba por su ausencia. Había cargado con mi cámara y el paseo fue entretenido, pausado, con numerosas detenciones para hacer instantáneas que engrosarán mi archivo y, la mayoría de ellas, acompañarán a los justos en su sueño.


Una tras otra las instantáneas fueron acumulándose en la tarjeta, ese complemento semejante a un hórreo diminuto y plano que se alimenta de imágenes:

Una parcela sembrada de prometedoras habas elevando su verdor un palmo sobre el suelo.


En la lejanía, San Gregorio enmarcado por chopos desnudos, secos y renegridos.


El Moncayo con su capa de nácar sobre un mar azul, ausente de olas.


El plateado automotor de Renfe adelantándome por la derecha. Sin duda, lleva más prisa que yo. 


Un nervudo ejército de manzanos, sin podar, en la finca del Carrizal, presentando batalla a la orilla del Ebro en una eterna lucha por el agua.


Un individuo que no se sabe si corre, hace footing, o viceversa, y que también parecía apurado de tiempo.


La extraña figura del tronco de una higuera bañándose en la acequia...



Llegué a la casa de compuertas y pasé al otro lado del Canal Imperial. Quedé sorprendido por la escasez de agua que discurre por el río después de la presa. En el centro del cauce eran visibles los cimientos de grava de la isla allí formada. Entre el canal y la central hidroeléctrica han hecho desaparecer el caudal. Fotos y más fotos. 

Nacimiento del Canal Imperial de Aragón
El Ebro después de la presa
Pasé un rato con el entretenimiento de intentar trasladar, con una especie de grúa del cercano museo al aire libre, la casa de compuertas que alumbra el canal, a un lugar distinto. Así, por las buenas. De veras que lo intenté, pero en vano. Tras tan inútil e infructuoso trabajo, decidí volver a casa sin más. Y lo hice por el mismo camino por el que había venido.


No conseguí trasladar la casa de compuertas
El jueves tomé el mismo recorrido, sin cámara, las fotos ya estaban hechas. Le dio por salir el sol y retorné a casa sudando por todos los poros y con la suela de una de mis Tucklan mostrando sus partes pudendas a través de sus fauces abiertas. Menos mal que guardo otras botas de repuesto en el trastero.  

El viernes tenía otras obligaciones e hice "fuina", a pesar de que "la blanca aurora había dado lugar a que el luciente Febo, con el ardor de sus calientes rayos, las líquidas perlas de sus cabellos de oro enjugase", vamos, que lucía un sol precioso, ¡joder con Cervantes! Era San Antón y me acerqué a la Plaza Nueva para lo de las tres vuelticas, algo que ya expliqué hace un par de años. No es que las fuera a dar yo, pero me gusta ver como lo hacen otros animales, bueno mascotas, no se me vaya a enfadar alguien.

La exposición de viandas
Junto a la entrada de la plaza estaba el puesto de la Orden de Volatín con sus apetitosas viandas expuestas, incitando a la adquisición de las participaciones para el sorteo de las mismas. Es la rifa del lechón pero con el cadáver despiezado y envasado. 

- Sonría, por favor -dije, cámara en ristre, dirigiéndome a la cabeza de un marrano que me miraba fijamente-.
- No te va a hacer caso -me dijo José Luis, el del bar, tendiéndome unos boletos-.
- ¿Pues? -forma típica de preguntar, muy tudelana.
- Porque ha reñido con alguno y tiene el labio partido. -aclaró. Era verdad-.

El cerdo reñidor

El sábado, el Febo de los calientes rayos había desaparecido en combate, por supuesto, con la blanca aurora. Un breve paseo, sin cámara, para probar las botas del trastero con vistas a la caminata del domingo. Volví no muy convencido y con dos uñas del pié lastimadas, dispuesto a intentarlo al día siguiente. 

Y ha llegado el domingo. Puesto que la previsión atmosférica es de lluvias, elijo el paraguas en lugar de la cámara fotográfica. Craso error.  Toda la puta mañana con el paraguas cerrado en la mano. El termómetro de la farmacia marca tres grados a las ocho A.M.; en la ciudad, en el campo será más crudo.

Llegando a Ablitas

Cuando iniciamos la andadura por la vía verde con dirección a Ablitas, hace verdadero frío. Abandonamos la vía del colesterol y tomamos un camino a la izquierda hacia la finca de Las Coronas. La atravesamos, cruzamos el Canal de Lodosa, bordeamos por la izquierda el aeródromo y, a través de los nuevos regadíos y los empeltres, pisamos las primeras calles del pueblo cuando en la torre de la iglesia cercana suenan diez sonoras campanadas. Nos falta un cuarto de hora para la pitanza.
Ablitas

- Yo, dos huevos fritos con jamón y patatas fritas.- le digo al camarero que pide la comanda, persistiendo en mis trece. Mientras, para entretener la espera, me meto entre pecho y espalda un bocatica de chistorra-
- ¿Alguien quiere agua? -la callada por respuesta. En esta ocasión me decanto por el rosadico de Ablitas. 

Después del refrigerio, nos ponemos de nuevo en camino, ahora por la carretera. Voy sufriendo con los pies, parece que los tengo escayolados, y las dos uñas van haciendo de las suyas, a pesar de haberlas recubierto con esparadrapo. Hago el firme propósito de, mañana mismo, comprar otro calzado. La charla es animada y variada en tanto devoramos los kilómetros. Tema recurrente es la entrada anterior de este blog y los comentarios que ha suscitado la fotografía de los dichosos huevos con jamón.

Otro plato: Huevos con patorrillo
Cuando llego a casa, no me lo puedo creer, estoy verdaderamente dolorido. ¿Alguien necesita unas botas de montaña? Son unas Chiruca del número 41 y están nuevas. No me las voy a poner, como se dice, ¡ni harto de vino!

P.S. Como no me he llevado la cámara, las fotos correspondientes al domingo son de la misma caminata del pasado año. Quien quiera saber qué es eso de las tres vuelticas que pinche aquí.


domingo, 12 de enero de 2014

Comenzamos

Aún no era "la del alba" cuando, ya juntos, salimos de nuestro punto de encuentro, donde se ubicaba el desaparecido restaurante Delicias, "tan contentos, tan gallardos, tan alborozados" por vernos ya encaminados hacia Cascante en esta nuestra primera jornada de entrenamiento en cuadrilla con la que damos comienzo a la cuenta atrás de esta nueva javierada  que, si no surge algún contratiempo, como los que he padecido en las dos últimas ediciones, nos congregará el próximo día nueve de marzo en la explanada del castillo de Javier. Las ocho de la mañana y todavía noche cerrada.

Iniciamos la ruta por Amigos del País y la Ronda de Santa Quitería, dejando el cerro de esta ermita a nuestra izquierda, cruzamos la autovía y tomamos el camino de Murchante. Comienza a amanecer y vamos dejando atrás las luces de la ciudad y del polígono industrial. He echado en mi morral la cámara por si tenía la ocasión de fotografiar la salida del sol, pero "el rubicundo Apolo" no se ha dignado apartar las nubes y mostrarnos "las doradas hebras de sus hermosos cabellos", por lo que el cielo nos muestra un grisáceo color panza burra.

Camino de Cascante
A las nueve y cinco pasamos por Murchante y, los que están en la puerta de la Cooperativa nos miran con curiosidad. Tomamos la estrecha carreterica que nos lleva a Cascante. La temperatura es excelente para caminar, siete grados, pero llevo un buen rato traspirando. A la entrada de Cascante, el embriagador perfume del estiercol nos anega. Por fin llegamos al lugar donde vamos a reponer fuerzas: "el caminito", el bar de la gasolinera. Son las diez y cinco de la mañana, dos horas justas de marcha, y aquí se nos unen algunos que han venido en automóvil.

¡Buenísimos!
La mayoría nos inclinamos por los huevos en el momento de elegir el menú, con jamón, con chorizo, con lomo, con patorrillo, con albóndigas, con lo que sea, pero los huevos que no falten, por lo que pueda ocurrir. Buenas viandas, bien regadas, verdadera armonía y camaradería y, sobre todo, buen humor. ¿Qué más se puede pedir? 

Vuelta para Tudela
Concluido el repostaje, nos ponemos en marcha para el regreso, ahora por la vía verde del Tarazonica, que tomamos en la antigua estación. Pasada ésta, nos topamos con el mojón que nos indica que faltan diez kilómetros para la de Tudela, y una cigüeña nos observa indiferente desde su elevada posición. Mantenemos una buena marcha, aunque vamos conversando animadamente, ignorando el sonido de los cercanos disparos de los cazadores que dan rienda suelta a su afición en las proximidades.

La cigüeña impertérrita

Nos faltan diez
Mientras camino, mantengo animadas charlas con mis acompañantes, unas veces con uno, otras con otro  y, sin apenas darme cuenta, se van pasando los kilómetros de tal manera que me sorprendo al ver que debemos ya abandonar la vía verde. Entramos en el barrio de Lourdes y nos dirigimos a nuestra siguiente parada. Nuestra compañera Ascen, como en años anteriores, nos ha preparado un aperitivo en su casa al tiempo que nos muestra su magnífico belén antes de pasar al choco.

El belén de Ascen
Da la sensación de que el almuerzo no ha sido muy contundente a juzgar por el "chandrío" que estamos haciendo en la mesa. Me tomo una cerveza que me sabe a gloria, acompañada de algo que llevar a la boca para que no caiga muy honda. Nos encontramos a gusto y nos cuesta levantarnos de la silla, quizá también por el cansancio, pero es hora de marchar a comer con la familia, que nos estará esperando. Bajo las escaleras de la Torre Monreal hacia mi casa. Cuando introduzco la llave en la cerradura, sueño con una ducha de agua bien caliente. 

jueves, 9 de enero de 2014

Niebla en la Mejana

Estoy recobrando mi actividad andariega. Por segundo día consecutivo me he decidido por dar una vuelta a la Mejana y hoy, a diferencia de ayer, una densa niebla me acompaña en mi andadura. No hay viento y, por tanto, los siete grados que marca el termómetro constituyen una temperatura muy llevadera para caminar.

Paseo del Cristo
El paseo del Cristo está silencioso y los tamarices han perdido la brillantez de sus dorados ante la invasión de una atmósfera amorfa y gris. El tip-tap, tip-tap, tip-tap de mis botas sobre el camino marcan la cadencia de mi marcha. La acequia molinar, casi vacía, muestra sus entrañas de lodo.

La acequia molinar muestra su lecho
Sobrepaso la ermita del Cristo que apenas se vislumbra a otro lado del talud de la vía férrea. Más adelante, unos obreros, con chalecos reflectantes amarillos, trabajan en las vías haciéndose notar por el tableteo de los martillos neumáticos. Después de un largo pitido avisador, un Alvia aparece y desaparece a una velocidad endiablada. Un tractor cargado de coliflores se dirige hacia la ciudad, dejando un aroma a verdura fresca. Cuando el ruido del motor se pierde en la lejanía, llega hasta mí el rumor de las aguas del Ebro derramándose en la presa cercana.

De la presa no se ve el final
Me aproximo, y contemplo cómo la lámina rectilínea de las aguas, sobrepasando el dique, se pierde en el difuminado contorno plomizo de la otra orilla. Siento curiosidad, y penetro en el pequeño edificio de compuertas que sirve para alimentar la acequia.

Interior de las compuertas

Edificio de compuertas de la acequia
Llevo caminando algo menos de una hora y, como de momento, no quiero forzar la máquina, emprendo el regreso por el camino de la Mejana paralelo al río, por la margen derecha, siguiendo el curso de las aguas. Una joven hace el mismo camino que yo, pero corriendo en sentido contrario. En los sotos, las bardas crecen a sus anchas entre chopos, álamos, tamarices y cañaverales.

El soto

En esta ocasión, el sol no reverbera entre las ramas desnudas de los árboles que hunden sus raíces en las orillas, sino que una bruma plomiza atenaza el ambiente. 

El camino entre cañas y tamarices
Las hiedras escalan anhelantes los tapiales renegridos, y las cañas, mecidas por una brisa suave, susurran melodías antiguas.

El `puente
Las aguas cenicientas se deslizan inexorablemente para ser engullidas por las dieciséis fauces abiertas del puente, mientras las campanas de la torre de la Magdalena, intuida entre vahos grisáceos, acuchillan el silencio de los campos. Es mediodía.

La nota de color del día
Termino mi recorrido dirigiéndome a casa. Cerca de dos horas caminando es suficiente para ir cogiendo forma. La niebla no ha levantado. Una pintura mural, producto del último avant garde, rompe la monotonía de las calles, que conservan el tono tristón que lucían a mi salida.

martes, 7 de enero de 2014

Cansalmas

Abrumado por los desastres causados por el tifón Haiyan en las Filipinas, decidí aportar mi granito de arena a la ayuda a ese país haciendo un ingreso en una cuenta facilitada por Cáritas española. Con posterioridad, recibí en mi celular una invitación para enviar un mensaje con la palabra FILIPINAS a un número que no recuerdo en este momento. El importe íntegro del coste de dicho mensaje contribuiría a paliar las necesidades más urgentes de los filipinos afectados. Consideré que era una forma muy cómoda de colaborar, lo hice y me olvidé del asunto.

Consecuencias del tifón  (AFP PHOTO / NOEL CELIS)

Días más tarde, daba una plácida cabeza después de ver el teledíario, cuando el sonido del móvil interrumpíó mi siesta.

- ¿Dígame?
- Buenas tardes, llamamos de... -dijo el nombre de una asociación que ahora no recuerdo- ¿envió usted hace unos días un mensaje de ayuda a Filipinas?
- Si, ¿ocurre algo?
- No, solamente queríamos darle las gracias e invitarle a que se haga socio de nuestra ONG.
- Perdone, pero ya soy socio de dos y, de momento, no quiero aumentar el número.
- ¿Y no desea hacer una aportación mayor para esta causa?
- Pues no, ya he hecho una aportación puntual además de colaborar con las dos ONG tal como le he dicho.
- ¿Y para alguna otra de las necesidades que tenemos?
- Mire, ya le he dicho que no. Puse el mensaje porque me pareció una forma muy cómoda de colaborar sin que se resintiera mi presupuesto, pero ya me estoy arrepintiendo de haberlo hecho. Buenas tardes - y colgué.

Quizá fui un tanto brusco, un mal despertar lo tiene cualquiera. Entiendo que quisieran aprovechar la oportunidad para buscar nuevos adeptos, y que la causa es digna de ser tenida en cuenta, sin embargo, sintiéndolo mucho, no volveré a utilizar ese sistema de ayuda por muy simple y cómodo que me parezca. 

De la misma manera, comprendo que aquellos que nos llaman a horas intempestivas están trabajando, cosa harto difícil hoy en día, y cumplen con su obligación, pero eso no es óbice para que yo esté hasta los mismísimos de las reiterativas ofertas que no me interesan para nada. A estos pesados, cargantes, aburrecamellos y pelmas que se conducen de forma insistente y molesta, en Tudela los llamamos "cansalmas"

Por todo ello, reivindico mi derecho a encontrarme con Morfeo, el sosegado hijo de Hipnos y Pasitea, sobre todo a la hora del descaso del guerrero. Y estoy hastiado de que me den el tostón y manoseen mis congojos estos cansalmas de onos, movistares, vodafones, oranges, jazteles, endesas, fenosas, iberdrolas, eroskises, carrefures, santalucias, ienegés, citibanes, bankínteres y la madre que los parió, a éstos y a otros más que no he nombrado por no cansar al personal.

Y ahora, las que faltaban: las oenegés.

¡Éramos pocos, y la abuela tuvo un desliz!

jueves, 2 de enero de 2014

Despedida del año

Aburrido y cansado de sujetar el sofá para que no levantase el vuelo, me he decidido a dar un garbeo por la ciudad. Había un buen ambiente y mucha gente en la Plaza Nueva. Se estaba disputando la San Silvestre Tudelana en su XXXIII edición y, si me descuido un poco, llego al humo de las velas. Me he situado en el quiosco de la plaza dispuesto a hacer alguna fotografía. La bocacalle de la Concarera va vomitando hacia la plaza, en pequeños grupos, un rosario de participantes, que desfilan corriendo, hasta desparecer por los toriles de la Casa del Reloj, disfrazados de animales de todas las especies: ciervos, pingüinos, conejos, patos, un gallo, la pantera rosa... También desfilan ante mí soldados romanos, Obélix, bailarinas con "tutú", jugadores de los equipos del "clásico" y otros numerosos corredores equipados tanto con ropa deportiva como con cualquier otro tipo de prenda, todos ellos con el correspondiente dorsal. Los más tomándose la carrera de una forma lúdica, y unos pocos de manera más seria tratando de disputar un triunfo reservado a los más profesionales.

El público, indiferente al espíritu competitivo, lo pasa en grande animando al hijo, a la nieta, al amigo del primo o a la cuadrillica del cuñado de las vecinas. Por último, cerrando la competición, dos chicas, disfrazadas de insectos y perseguidas por el municipal en bicicleta que hace de escoba, van saludando a la concurrencia.

La San Silvestre tudelana

Después, continúo dando un paseo por la Carrera. Unos comercios están cerrados y otros abiertos; parece ser que hay división de opiniones sobre los horarios. Se palpa un ambiente festivo en la calles propiciado por una buena temperatura. Cinco grados en Tudela, sin cierzo, se aguantan de maravilla. 

Todo el personal deseando echar el mal pelo fuera, despedir los sinsabores del año que concluye, con la esperanza puesta en los días venideros. En contrapartida, en el centro de la calle, un hombre de mediana edad, arrodillado bajo un gran cartel en el que nos cuenta sus penas, pega la frente al suelo solicitando ayuda. A pesar de ser enemigo de esta parafernalia a la hora de pedir, dejo caer unas monedas en su platillo, ante la general indiferencia. Así es la injusticia de nuestros tiempos: unos instalados en la abundancia y despilfarro de esta noche y otros careciendo de lo más indispensable para la subsistencia.

Paseo por la Carrera

Me encamino a casa dando por concluido el paseo. Se acerca la hora de la cena y debemos ser puntuales, no vayamos a tener que tomarnos las uvas al sonar las doce campanadas en las islas Canarias.

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