martes, 4 de septiembre de 2018

Certeza


Era Fidel, no me cabía la menor duda. Como siempre que viajaba a Tudela, me acerqué al casco histórico para dar un paseo por sus emblemáticas calles. Las alegres notas de La primavera de Vivaldi, sobrevolando los aleros de sus casas solariegas, habían llamado mi atención cuando transitaba por el empedrado de la Rúa. 

Allí estaba, ante el portal de La Casa del Almirante. El mentón apoyado en la barbada de la tapa del violín, la mano izquierda en el mástil y la derecha meciendo el arco con la acompasada energía que exigía la música. De las cuatro cuerdas surgían vivaces los sonidos denotando su virtuosismo. 

Me costó reconocerle después de los años transcurridos desde nuestro último encuentro. Su rostro enjuto mostraba las estrías del frío, del calor, del hambre y del alcohol. De sus ojos había desaparecido la chispa de los triunfadores. Un marcado rictus de amargura había borrado su otrora sonrisa seductora. 

Me miró un instante, volvió la vista y continuó con su labor. No dijo nada, pero sé que me reconoció. Al fin y al cabo, yo no había cambiado tanto como él. Respeté su actitud esquiva y tampoco dije nada. La empatía me hizo pensar que quizás sentía vergüenza por su actual situación. No quise preguntarle por Cármen ni por su empleo como concertino en la Sinfónica de Melbourne. Ni se me ocurrió solicitar su aprobación para hacerle una fotografía. 

Dejé un billete de diez euros en la gorra tendida boca arriba en el suelo y proseguí mi camino hacia la catedral de Santa María. 


Felipe Tajafuerte. 2017 

LinkWithin

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...