En un lugar muy cercano, cuyo nombre recuerdo perfectamente, pero no quiero nombrar, se convocaron unos juegos florales en el que rivalizaron algo más de medio centenar de aspirantes. La mayoría de ellos, aunque no todos, como ya se verá más adelante, habían preparado concienzudamente sus trabajos con el noble propósito de alcanzar los codiciados laureles de la victoria. Como en toda competición poética que se precie, hubo un ganador, un segundo premio y tres menciones honoríficas.
Tras la apertura de las plicas y la entrega de premios, en un aparte, se oyó decir al vencedor del certamen que el trabajo con el que había concurrido no era suyo, sino obra de un amigo al que había suplantado ya que éste no quería darse a conocer. La espontánea confesión causó el estupor entre los que la escucharon. Adujo en su defensa que, en las bases del condicionado de la convocatoria, solamente se exigía que los poemas fueran inéditos y originales, pero que en ningún lugar estaba escrito que el autor debiera ser la persona que se presentaba a dicho concurso. Los que esto oían no salían de su asombro y le exponían a trochemoche sus argumentos tratando de que entrase en razón.
Hombre, esto es similar al valor en el soldado, se le presupone, además se trata de un engaño no solo al jurado, sino también al público asistente que te ha dado su aplauso considerándote un creador, si lo que quieres es dar a conocer a tu amigo el sistema es muy sencillo, le pides su autorización, presentas la obra con su nombre y, si resulta galardonado, recoges el premio en su ausencia, no hay ningún problema, ¿no será que no se atreve a competir por temor a no ser el elegido?
A pesar de estas y otras reflexiones de los presentes, no hubo manera de convencerlo para que se apeara del burro. Es más, manifestó su firme propósito de seguir actuando de idéntica manera en próximas ocasiones y que todo su afán consistía en revelar al público las excelentes cualidades poéticas de su compañero. Nadie comprendía el extraño propósito de promocionar a alguien que no deseaba dar la cara.
Hombre, esto es similar al valor en el soldado, se le presupone, además se trata de un engaño no solo al jurado, sino también al público asistente que te ha dado su aplauso considerándote un creador, si lo que quieres es dar a conocer a tu amigo el sistema es muy sencillo, le pides su autorización, presentas la obra con su nombre y, si resulta galardonado, recoges el premio en su ausencia, no hay ningún problema, ¿no será que no se atreve a competir por temor a no ser el elegido?
A pesar de estas y otras reflexiones de los presentes, no hubo manera de convencerlo para que se apeara del burro. Es más, manifestó su firme propósito de seguir actuando de idéntica manera en próximas ocasiones y que todo su afán consistía en revelar al público las excelentes cualidades poéticas de su compañero. Nadie comprendía el extraño propósito de promocionar a alguien que no deseaba dar la cara.
El boca a boca hizo de las suyas y la indignación crecía y crecía como bola de nieve por algo que todos calificaban como una desfachatez. Sin embargo, el autor de tal desaguisado continuaba jactándose impunemente de su hazaña.
Llegado a oídos de los organizadores el runrún de los hechos, reunidos en cónclave, decidieron por unanimidad que, mientras no se demostrase lo contrario, se trataba tan sólo de un bulo, producto de las calenturientas mentes de algunas personas envidiosas. Eso sí, por precaución, acordaron para sucesivas convocatorias exigir que las obras fuesen propias de quien se presentase al concurso.
Narran los cronicones que la ciudad entera respiró con alivio ante esta sabia y tranquilizadora decisión a la que habían llegado sus próceres, las aguas fueron volviendo poco a poco a su cauce y todo se fue olvidando. Se iniciaron los preparativos para un nuevo certamen...
En la soledad de una habitación, alguien repasaba con obstinación los textos inéditos de un amigo pusilánime.
Llegado a oídos de los organizadores el runrún de los hechos, reunidos en cónclave, decidieron por unanimidad que, mientras no se demostrase lo contrario, se trataba tan sólo de un bulo, producto de las calenturientas mentes de algunas personas envidiosas. Eso sí, por precaución, acordaron para sucesivas convocatorias exigir que las obras fuesen propias de quien se presentase al concurso.
Narran los cronicones que la ciudad entera respiró con alivio ante esta sabia y tranquilizadora decisión a la que habían llegado sus próceres, las aguas fueron volviendo poco a poco a su cauce y todo se fue olvidando. Se iniciaron los preparativos para un nuevo certamen...
En la soledad de una habitación, alguien repasaba con obstinación los textos inéditos de un amigo pusilánime.
Felipe Tajafuerte. 2016