lunes, 28 de diciembre de 2015

Versión infantil de un cuento

El cuento que publiqué el día de Navidad, es un cuento, o relato corto, o como se le quiera llamar, que no está dirigido a los niños sino a los adultos. No por su contenido, que es absolutamente blanco, sino por las formas de expresión utilizadas en su escritura. Palabras y frases aunténticamente tudelanas incardinadas en una historieta que se debe contar a los chiquillos de una manera más asequible a su comprensión. Con el fin de facilitarles a mis hijos, y a cualquier otro que lo desee, la lectura a los más pequeñines de Resplandor en la paridera (Cuento de Navidad tudelano), he realizado esta otra versión que puede servir muy bien a ese fin, en estas fechas, y más a la hora de acostar a los niños.



La paridera que brillaba

Había una vez un pastor de ovejas, que se llamaba Chechu, que las guardaba del frío de las noches en una corraliza situada en las afueras de la ciudad. Una corraliza es como un corral grande con comederos y almacenes para guardar la paja y todo lo necesario para el ganado.
El día de Navidad, después de la cena de Nochebuena en casa de su hermana, con sus sobrinas, a las que quiere al querer de la vida, es decir, mucho, infinito, hasta el cielo, cogió el coche y se fue a dar una vuelta para ver si las ovejas necesitaban algo de agua o de comida.
Hacía mucho frío y había una niebla enorme que no dejaba ver nada. Cuando llegó, oyó una especie de balido pero, no donde estaban las ovejas, sino en una choza cercana en la que metía a las que iban a tener corderitos enseguida. Se extrañó mucho porque no había ninguna así. Se acercó y, entonces, se hizo un claro en la niebla y un rayo de sol iluminó la puerta de la paridera, que así se llama esa cabaña. 
Algo asustado se asomó y ¿sabéis lo que vio? Un hombre y una mujer con un bebé, que lloraba muy despacico, envuelto en una sudadera. Ese era el balido que había oído. Se dio cuenta de que eran inmigrantes porque la mamá llevaba en la cabeza un yihab, uno de esos pañuelos que se ponen ahí algunas mujeres. El papá llevaba puesta una camiseta de manga corta y temblaba de frío. ¿Qué hacéis aquí?, les preguntó. Nos metimos aquí anoche porque hacía mucho frío y ella iba a tener el bebé. ¿Ha dado a luz ella sola, sin ayuda de nadie, sólo contigo? Mira, me llamo Jesús, pero todos me dicen Chechu. ¿Cómo os llamáis vosotros y de dónde venís? Me llamo José y ella María. Venimos de un país muy pequeño de África y vamos a Francia. Aún no hemos pensado el nombre para el bebé.
Chechu fue al cuatroporcuatro, cogió unas pringles y una cocacola y se las dio. Luego se quitó el anorak y se lo ofreció al marido. Toma, ponte esto que vas a coger un buen catarro. Fue a llamar a la Cruz Roja, pero se dio cuenta de que se había dejado el móvil en casa. Subid al coche que nos vamos al hospital. Una vez allí, esperó a que los atendieran, para saber cómo estaban. El hombre salió y le dijo que estaban bien y que habían decidido que el bebé se llamaría como él. ¿Chechu, como yo? No, Chechu no, Jesús. ¡Jo! Se puso más contento... Mira, le dijo, ahora me voy a la corraliza a terminar de arreglar las ovejas y luego os traeré algo para comer.
Yendo por la carretera, se le ocurrió que, mientras se ponían buenos los tres, podrían ocupar la habitación que tenía vacía en casa; al menos hasta que continuaran su viaje a Francia.
La niebla había desaparecido y lucia un sol espléndido y el cielo estaba guay, muy azul, azulísimo. Al llegar al corral, le pareció que la paridera tenía una luz especial; muy, pero que muy brillante. Y, no se sabe por qué, pero eso aún le puso más contento. Y colorín colorado... 

Felipe Tajafuerte
Navidad 2015

jueves, 24 de diciembre de 2015

Resplandor en la paridera (Cuento de Navidad tudelano)

A Chechu Alcate, el de la Motrila, alias Pocoapego, le dio la turruntera y decidió darse un garbeo por la corraliza donde guarda las ovejas. Nunca se sabe qué puede ocurrir en un día festivo, pensó. Eso pensó mientras conducía su Nissan Patrol hacia la majada de la Remonta, pasado el Soto de los Tetones, a la izquierda del meandro. Hacía frío, un frío del que te entra ganchera en las manos y duelen hasta los zapatos. Aún así, un sol apocado, cohibido por la rosada matinal, intentaba, sin conseguirlo, abrir una brecha en la densa boira reinante.

  

La Nochebuena en casa del cansalmas de su cuñado Paco, el Fanfarrias, con el que ya ha tenido más de un empentón, había sido similar a la de otros años. Le estuvo corrompiendo durante la cena con los mismos injonazos de todos los días: Mira a ver si te echas novia y te casas, que para luego es tarde; a ver si tienes más aforros y sientas la cabeza, tienes que ser más agre, que no vales más que para pingonear... Este tío es un canso, un tontolaba y un metete con el que acabo pleiteando siempre. Algún día tendremos una enganchada. No sé qué ve la Feli en ese carnuz, porque es más corto que el caño de una braga. Si no fuera por las muetas... Y aún añadió, ya lo dice el refrán: parentesco que lleva la U, pa tú.


Feli Alcate, la de la Motrila, es su hermana pequeña, la tardanica y, como ya se ha dicho antes, está casada con el mendrugo de Paco Bermejo, el Fanfarrias. Tienen dos preciosas niñas a las que Chechu quiere al querer de la vida. Son las causantes de que, con ellas, el apodo de Pocoapego le cuadre menos que a un Santo Cristo dos pistolas. Por ellas no se cantea y acude a casa de su hermana todas las Nochebuenas, aguantando al samaruco del Fanfarrias, en lugar de emprender cualquiera de esos viajes que le tienen devoradico desde hace algún tiempo. Con avisar al Faustino, el Pinto, para que le cuidase las ovejas durante unos días... 


Chechu Alcate es un mozo viejo, un camastrón entreverao, algo rebotudico, que nunca ha querido sujetarse a mujer alguna. O no ha logrado convencer a ninguna para que se amarre a él. Que eso tampoco se ha sabido nunca. De ahí le viene el dichoso mote que le tiene encangrenao. Bueno, el caso es que se encuentra más sólo que el kiosco del Prao. Suele decir: más vale sólo que mal acompañado o el buey suelto bien se lame o cada cual en su corral. Eso dice muchas veces. Aunque, en otras ocasiones, cuando está un poco mantudo, cree que el dinero y la mujer son para la vejez.

Entre estas y otras pichorradas, sin apenas darse cuenta, llegó al corral. Bajó del Patrol, se ajustó el anorak y se dirigió al aprisco. Le pareció oír un balido en el chamizo cercano que utiliza para separar las ovejas preñadas próximas a parir. Extrañado porque no tenía ninguna en ese estado, se encaminó, a trompatalega, hacia la choza. Al acercarse, un resplandor de radiante claridad, algo parecido a un cañón de luz, hendió la niebla, alcanzando la paridera como si incidiera sobre un escenario. Abrió, con medrosa precaución, el negro portón desvencijado y cruzó la cancela.


Chechu, con los ojos como platos, contempló aquel belén. Una joven, cubierta con un yihab, daba el pecho a un  niño envuelto con una sudadera. A su lado, un sujeto alto, de rostro atezado, cabellos ensortijados y barba rala, ataviado con vaqueros ajustados y, solamente, con una camiseta de manga corta, tiritaba de frío. A Checu le dio, de pronto, una ardorada y se concaró con ellos, a pesar de que no tenían mala traza.

- ¿Qué hacéis aquí?
Il fatit froid dehors. Nous sommes mieux ici.
- ¡Joder! No entiendo nada. ¿Tú no spik español?
- Je ne parle pas espagnol, mais je comprends un petit peu. Je ne parle que français.
- Pues, si no hablas cristiano, vamos a hacer un pan como unas hostias. A ver cómo nos entendemos, porque yo sé poco de francés, aunque alguna palabra juno. Sólo hablo castellano, o sea, español. ¿Por qué estáis aquí? -preguntó ya más calmado.
- Elle a doné naissance. L'enfant est né la nuit dernière
- ¿Dio a luz aquí? ¿Anoche? ¿Solos? ¿Sin ayuda?
- Oui monsieur. Mieux ici, l'exterieur est mauvais. Nous avons faim... hambre.

Chechu fue al cuatroporcuatro, volvió y les ofreció unas pringles, un par de cafareles más duros que pie de Cristo y una cocacola algo esbafada; todo ello sacado de la guantera. El hombre bebió un trago largo, con avidez. La muchacha comió unas patatas e ingirió un sorbo, sonriendo agradecida. El bebé rompió a llorar con un llanto débil, como un balido. Justamente como el balido que Chechu había escuchado antes.

- No tengo otra cosa. ¿Cómo te llamas? -dijo quitándose el anorak.
- Mon nom est Joseph. Elle s'apelle Marie.
- Toma, ponte esto que vas a coger un pasmo de muerte. Y al niño, ¿qué le pasa, cómo se llama?
- Le garçon..., comment dit'on?... débil, ne pas nom encore.
- Mi nombre es Jesús Alcate, pero todos me llaman Chechu. ¿De dónde venís?
- Nous venons du Bénin. Nous allons à la France.

¡Cagoensós! Sé tanto de geografía como de idiomas, rezongó Chechu, el de la Motrila. ¿Dónde leches estará Benin? Seguro que allá, donde Cristo dio las tres voces. Echó mano al bolsillo en busca del móvil para llamar a la Cruz Roja y, al no encontrarlo, se dio cuenta de que lo había dejado olvidado en casa, sobre la mesilla de noche. ¡Me ca...!, las veces que me pasa lo mismo.

- Venga, subid al coche que vamos al hospital escopetiaos. Malo será que me paren los forales y me pongan una multa por no llevar la silleta. Luego os llevaré algo para comer.

Chechu, el Pocoapego, a pesar de que allí pintaba menos que Caramba en el Bocal, se quedó en la sala de espera del Reina Sofía, aguardando, un tanto nervioso, la vuelta de Joseph, que había desaparecido, junto a la mujer y el crío, por la puerta de urgencias. Quería saber, antes de marcharse, en qué estado se encontraban.

- ¿Cómo están? - preguntó en cuanto Joseph asomó la cabeza.
- Tres bien. L'enfant est forte et Marie fatigué..., cansada. Merci beaucoup. Nous appelons l'enfant comme toi.
- ¿Le vais a llamar Chechu, como yo?
- Ne pas Chechu, Jésus.

Chechu, el de la Motrila, mostró una sonrisa de oreja a oreja. Quizás sea una buena idea, reflexionó mientras se marchaba colicanguila, comenzar el nuevo año junto a esta pobre gente. En el piso tengo una habitación de sobra que podrían ocupar. Al menos hasta que se repongan y decidan marcharse. Desde luego, casi voy a estar mejor con ellos que con la Feli y el sinsustancia de Paco. Si no fuera por las muetas, no volvía a su casa jamás de los jamases.


- Cuando termine de arreglar las ovejas, aunque sean las tantas, volveré y se lo plantearé, a ver qué les parece. Que no se me olvide llevarles unos bocatas. Así discurrió Pocoapego quien, como podéis ver, no tenía nada de roñoso ni hornicao. 

El sol, por fin, había logrado romper por el flanco las defensas de la niebla, levantando un manto de vaho blanquecino, vaporoso, de las huertas lindantes. A pesar de que el termómetro todavía señalaba cuatro grados, el cielo lucía un azul intenso. Cuando llegó a la paridera, le pareció que ésta resplandecía con una luz diferente, muy peculiar.

- Sí, volveré y, según lo que decidan, me los traeré conmigo.

Eso afirmó Chechu Alcate, el de la Motrila, alias Pocoapego.

Felipe Tajafuerte
Navidad 2015

Dedicado a mis hijos, hoy ausentes, para que se lo lean o cuenten a mis nietas y nietos



sábado, 19 de diciembre de 2015

Monasterios en el aire

Panel de las Meteoras con Kastraki (izda.) y Kalambaka (dcha.)

"La Aurora, de azafranado velo, se levantaba de la corriente del Océano para llevar la luz a los dioses y a los hombres, cuando..."
Bueno, aunque esta entrada trate sobre Grecia, dejemos en paz a Homero con su canto XIX de la Ilíada. Yo diré sencillamente que, en Kalambaka, aquel domingo de setiembre en que se celebraban las elecciones griegas, amaneció un día cojonudo. En la soleada mañana pudimos contemplar los enormes farallones que respaldaban nuestro hotel; porque la noche anterior, ya se sabe que a esa hora todos los gatos son pardos, apenas apreciamos unas tenues luces en las alturas, mientras dábamos buena cuenta de unos gin tonics, al amparo de las estrellas, en una de las numerosas terrazas de la población. 

Formaciones rocosas de Meteora
No tardó nuestro autobús en estar a punto para emprender un recorrido por uno de esos lugares mágicos y placenteros que hacen que un viaje merezca la pena. A eso habíamos venido y estábamos dispuestos: a disfrutar de los Μετέωρα Μοναστήρια. En román paladino: monasterios suspendidos del cielo o en el aire o monasterios arriba del cielo; causantes del título de esta entrada. Ya, ya sé que el dicho habitual es aquello de "castillos en el aire", cuyo significado es el de que algo no tiene bases sólidas para sostenerse.


Grandes peñascos enhiestos
Sin embargo, estos cenobios sí que tienen unas fuertes bases de formas fálicas que se afincan en el terreno como flechas lanzadas por Zeus desde las alturas. Un secreto, muy bien guardado, de la vieja Europa en el país cuna de la civilización occidental.

Desde la carretera ascendente
Dejamos atrás Kalambaka o Kalampaka, de ambas maneras se la nombra, atravesamos una pequeña población llamada Kastraki, en la falda de los grandes peñascos y enfilamos la carretera hacia los monasterios. Están habitados desde el siglo XIV y se ubican en alturas superiores a los seiscientos metros. En la actualidad, diecisiete se encuentran en ruinas y seis en uso, cinco masculinos y uno femenino. Un recorrido de unos diecisiete kilómetros permite dar la vuelta a todos ellos.

Otra vista del valle
Conforme vamos ascendiendo, podemos apercibirnos de la constitución del valle de Meteora, formado por la desaparición del gran río que encontró, hace miles de años, otra salida al mar Egeo


Grandes menhires naturales
La erosión y los hundimientos por terremotos formaron uno de los paisajes más increíbles del planeta, con berroqueñas montañas grises, modeladas caprichosamente por la naturaleza, como gigantescos menhires en medio de la llanura de Tesalia.

El primer monasterio que vimos
Hicimos un alto en un descansillo de la carretera para contemplar y fotografiar el primero de estos monasterios, amenazadoramente colgado en las rocas. Incredulidad de  los viajeros ante este adelanto de lo que nos esperaba a partir de entonces.

La segunda parada debajo de otro monasterio
Más adelante hicimos otra parada debajo de otro de estos conventos con una panorámica espectacular del que más adelante íbamos a visitar. Hice mi composición del lugar y me propuse fotografiar este sitio desde la posición inversa, es decir, desde el monasterio que veíamos allá en las alturas.

En la peña central, en lo más alto, Varlaam
Continuamos la ascensión y, tras unos pocos kilómetros, llegamos a un espacioso aparcamiento. Descendimos del autocar y nos dirigimos hacia la entrada del Monasterio de Varlaam, paso obligado para el de Gran Meteora, consagrado a Todos los Santos. Después de subir empinadas escaleras incrustadas en la roca y un par de puentes sorteando el abismo, arribamos a la entrada propiamente dicha. 


Acceso al monasterio de Varlaam
Los hombres no tuvimos problemas, advertidos, todos llevábamos pantalones largos. Las señoras debieron cubrirse, aunque llevaban pantalones, con una especie de pareos que allí mismo les facilitaron, quizás para no soliviantar la libido de los castos monjes.


Monasterio de Varlaam 
Solventado el problema de las féminas, accedimos a una plaza central, en uno de cuyos lados estaban realizando la reconstrucción de una zona, y de allí pasamos a una especie de atrio, con unos grandes frescos en el frente, y de éste a la iglesia ortodoxa de estilo bizantino, con pinturas murales impresionantes, muy vistosas a pesar de la escasa luz del interior.


Interior de la iglesia de Varlaam

La recorrimos concienzudamente deteniéndonos en cada rincón. En un habitáculo se muestra un enorme tonel. Deambulamos por varias dependencias más hasta llegar a una abierta al precipicio, protegida por barandas de madera.


Por aquí se descolgalba la cesta
Allí se encontraba el arcaico mecanismo que hacía funcionar la polea que subía y bajaba la cesta para el acceso al monasterio cuando todavía no existían las escaleras y puentes que nosotros habíamos utilizado.

La fotografía que me había propuesto hacer
El monasterio está muy restaurado, quizás demasiado y su aspecto impone ya que en él se ha llevado al límite el aprovechamiento del terreno. Está literalmente al borde de la roca y la panorámica desde esta fortaleza inexpugnable es impresionante. No me conformé con la fotografía que me había propuesto e hice unas cuantas más. El paisaje lo merecía.

Otro de los monasterios  en una situación inverosímil
Continuamos por la carretera que bordeaba los grandes roquedales. Realizamos una nueva parada en plena cuesta para gozar de unas panorámicas espectaculares con Kalambaka en el fondo del valle, entre dos peñascos, uno de ellos culminado inverosímilmente por otro monasterio. La cámara fotográfica echaba humo.
Kalambaka en el valle

Llegamos al final de la carretera donde se encontraban estacionados varios autobuses y turismos. Un rótulo nos indicó que estábamos ante el Monasterio de San Esteban, sito sobre un acantilado desprendido de la meseta del aparcamiento, separado por una quebrada, que tuvimos que salvar mediante un puente, con arco de medio punto, que unía ambos lados.

Interior de San Esteban
La entrada estaba formada por un pequeño túnel y, junto a éste, de nuevo, el equipamiento obligatorio para las señoras. Esta vez fueron faldas largas, oscuras, con ondas de rayas claras. No les sentaban tan mal.

Interior de una capilla
Una vez en el interior, comprobamos que todo era espacioso, muy bien cuidado, alegre, con muchas flores que brillaban con intensidad ante los rayos del sol. Un paso más estrecho, entre el ábside de la iglesia y otra capilla, daba acceso a un nuevo espacio abierto con más jardines, otra capillita con frescos de vivos colores, una hornacina con un icono de arcángel San Gabriel y, al frente, un murete blanco de escasa altura que protege del precipicio.

Valle del Peneo
Nos acercamos, asomamos la cabeza y a mí me invadió el cosquilleo del vértigo. En el fondo, un diminuto Kalambaka, con la rojiza cubierta de su caserío, abría las puertas al hermoso valle del río Pinio.


Todo limpio y florido
Nos demoramos disfrutando del panorama, del colorido de la vegetación, de la armonía de las diversas edificaciones y de la tranquilidad. Se respiraba paz, a pesar de los numerosos visitantes.

De paseo hacia nuestro autocar, me entretuve en captar el  paisaje grandioso que dejábamos atrás: las rocas, el monasterio, la población en la profundidad del valle, las verdes montañas... ¡Todo un espectáculo!

San Esteban y Kalambaka
Camino del restaurante nos detuvimos en un establecimiento en el que pudimos adquirir toda clase de objetos típicos griegos y del lugar. En el restorán, al pie de los grandes peñascos, nos pusieron ensalada, tomates rellenos y cordero con salsa de limón, completado con helado de postre. Como en cualquier casa de comidas española. Aún tuvimos tiempo, antes de subir al autobús, para tomar alguno de los variados mocas del país, al gusto de cada uno: café, café gala, café micro gala o café frappé. Unos chupitos de ouzo completaron el ágape, y... ¡en marcha!

La plaza Sintagma con el parlamento al fondo
Varias horas, alguna de ellas dormitando, nos situaron de nuevo en Atenas, después de que Helios se refugiara tras el monte Parnaso. Una vez cenados, salimos a dar una vuelta por la ciudad. En la Plaza Sintagma, su centro neurálgico, todavía permanecían en funcionamiento dos grandes paneles electrónicos donde se daba información del resultado de las elecciones, la victoria de Tsipras y las valoraciones de los diversos líderes políticos.

Cambio de guardia de los evzones

Nosotros, dado que el griego no era nuestro fuerte, nos inclinamos por saborear unos refrescos y alguna Mythos, la cerveza rubia del país, en una cervecería de la plaza, mientras, cercanos, los evzones cumplían su obligación montando guardia ante el parlamento griego. 



miércoles, 16 de diciembre de 2015

Villa Javier

El pasado lunes asistí a la presentación de la obra Guiso de Musas, El libro de Villa Javier, en el salón de actos del colegio de los Jesuitas de Tudela, al que he prestado mi modesta colaboración con un microrrelato. 

Acto de presentación de Guiso de Musas
Villa Javier es una iniciativa de la Fundación Tudela comparte, que pretende poner en marcha, el primer semestre del próximo año, un proyecto de alimentación social en el que se atenderá a personas en situación de exclusión. El objetivo, según la Fundación, es iniciar con este proyecto un trabajo más amplio que permita su reinserción social.

Este servicio de alimentación facilitará a las familias una cesta básica para que puedan cocinar los alimentos en sus propios domicilios, también habrá comida preparada para llevar y un comedor para atender a las personas que por su situación así lo precisen.

Nada más conocerlo, me pareció un magnífico proyecto. Ante ello, indagué los propósitos de los componentes de la Fundación Tudela comparte. Ellos mismos se definen de esta forma:

"Somos un grupo plural de personas que pertenecemos a diferentes ámbitos sociales, laborales e ideológicos. Pero nos une, por un lado, cierta experiencia en distintas actividades de tipo social, ya sean asociaciones, colectivos o plataformas y, por otro, el interés común de aportar nuestro esfuerzo para impulsar una entidad que, centrada en ayudar a los sectores más desfavorecidos, se sume y coordine con las que ya vienen trabajando contra la pobreza y las desigualdades."

Una buena forma de colaborar con este plan es hacerse socio y aportar la cantidad que uno desee para el mantenimiento del mismo. Según se desprende del formulario de inscripción, la cantidad mínima a aportar es de veinte euros anuales, trimestrales o mensuales. Para aquellos que no quieran comprometerse a estas ayudas regulares, existe la opción de hacer donativos puntuales mediante el ingreso de cualquier cantidad en la cuenta abierta en La Caixa.


También se precisan voluntarios para atender las diversas necesidades de este proyecto, por lo que el abanico de posibilidades para contribuir a su funcionamiento es muy amplio.

El importe casi íntegro de la recaudación conseguida con la venta del libro Guiso de Musas irá a parar a la financiación de este comedor social. Las librerías de Tudela Letras a la taza, Julio Mazo, El Cole, Santos Ochoa y AMIMET tienen ejemplares a disposición de quienes quieran colaborar adquiriéndolo al módico precio de siete euros.

Portada del libro
Permitidme invitar, especialmente a aquellos que, como yo, son escépticos ante las actuaciones de ciertas oenegés, a la colaboración en este plan, centrado en ayudar a los sectores más desfavorecidos de nuestra sociedad, porque, día a día, podemos comprobar el avance de las obras y ver que nuestros donativos alcanzan los fines propuestos. 

El correo electrónico de Villa Javier es:   villajaviertudela@gmail.com
Tiene su domicilio en:  Calle San Francisco Javier, número 2 
                                31500 Tudela (Navarra)

Colaboremos, de una forma u otra, en la medida de nuestras posibilidades, todos aquellos que podamos porque, como dice el slogan de Villa Javier: ¡Somos lo que hacemos! 

lunes, 14 de diciembre de 2015

¿A dónde la empatía?


Sentimos este mar Mediterráneo,
compendio de culturas milenarias,
campo abonado para las pateras
preñadas de sufridas gentes, víctimas
de ese miedo ancestral que pertenece
a los pueblos hambrientos de esperanza,
deseando cruzar las sugestivas
aguas en busca de un mejor estatus
para ellos y sus hijos escuálidos.
Y no siempre consiguen traspasar
esa húmeda línea que divide
el codiciado cielo de su infierno,
donde han dejado anhelos, ilusiones
y vidas, mientras nuestra vieja Europa
mira para otro lado, sin tener
en cuenta que formamos todos parte
inseparable del diverso género
humano, del que se muestra distante,
carente de empatía, temerosa,
mirándose el ombligo acojonada.


Felipe Tajafuerte
2015

miércoles, 9 de diciembre de 2015

En el ombligo del mundo

Maqueta de Delfos
Viajamos desde Madrid en un avión de Aegean Airlines, donde nos sirvieron la poco apetitosa comida que se facilita en los vuelos. Poco después, aterrizamos en el eropuerto de Eleftherios Venicelo  y, a través de la autopista Attiki Odos, nos plantamos en Atenas, en el hotel situado junto a la Plaza Karaiskaki. Esa misma tarde, antes de la cena, tomamos unas cervezas en el barrio de Plaka, viendo pasar una manifestación en la que marchaban hermanados componentes de la coalición griega SYRIZA, que lidera Tsipras, y del partido español Podemos, cuyo secretario general, Pablo Iglesias, había viajado en el mismo avión que nosotros.

El Partenón desde la terraza del hotel
Por la noche, después de cenar, disfrutamos, desde la terraza del hotel, en compañía de unos gin tonics, de unas vistas increíbles de la Acrópolis con el Partenón iluminado.

Al fondo, el Parnaso
A la mañana del día siguiente,  con un día diáfano y luminoso, iniciamos nuestro periplo en dirección a Delfos. Fuimos dejando atrás el monte Parnaso y la llanura de Maratón, atravesando algunos pueblos turísticos, internándonos en la orografía montañosa de la Fócida hasta llegar a ese sitio maravilloso, donde las leyendas juegan al escondite con la naturaleza.

Museo Arqueológico de Delfos
Allí se encuentra el santuario de Apolo, dios de la belleza y de la música, que era considerado en el mundo griego como el centro del universo. Iniciamos la visita al Museo Arqueológico, en cuyo interior pudimos admirar unos cuantos frisos, amén de una colección impresionante de esculturas.

Detalle de uno de los frisos
Entre ellas se encuentran la estatua de Antinoo, el bello amante de Adriano, la Esfinge de los Naxios, los Gemelos de Argos, las Danzarinas y el Auriga de Delfos. También examinamos la copia del ónfalos u ombligo del mundo, que representaba la piedra que depositó Zeus en Delfos, el centro de la tierra, según uno de los cantos de Píndaro.

El Auriga de Delfos
Salimos al exterior e hicimos un recorrido por el gran espacio del santuario, en el que cada piedra nos hablaba de la extensa mitología griega.  El paseo era un tanto exigente por lo empinado de los desniveles.

El terreno es abrupto
Fuimos pasando por los diversos tesoros que eran unas pequeñas capillas con exvotos. Llama la atención sobre todos ellos el reconstruido de los atenienses.

Tesoro de los Atenienses
Mientras descansaba del esfuerzo, contemplé el espléndido panorama montañoso de la Fócida, desde lo alto del graderío del teatro, al pie de los picos Frediales. Se acercaba la hora de la pitanza sin que la pitonisa diera señales de vida para interpretarnos el oráculo de los dioses. Con toda seguridad, había marchado para Atenas con el fin de aclarar al resto de los mortales el resultado de las elecciones que iban a tener lugar al día siguiente.

Graderío del teatro
En el mismo pueblo de Delfos, comimos en un restaurante típico griego, en el que degustamos unos excelentes platos tradicionales, además de los populares loukoumades, una especie de buñuelos o bollos con miel.

El teatro y las montañas de La Fócida
Continuamos nuestro viaje a través de Grecia Central hasta llegar a la región de Tesalia. Era ya la hora del crepúsculo cuando hacíamos nuestra entrada en Kalambaka, a los pies de Las Meteoras, donde íbamos a pernoctar. Después de la cena, salimos a dar un paseo por las animadas calles de la turística población, aprovechando para comprar algún souvenir y descansar de largo viaje en una de las numerosas terrazas, disfrutando de una  agradable noche del otoño recién estrenado.

Kalambaka desde San Esteban, en Meteora
Los brazos de Morfeo nos reclamaban insistentemente y no era cuestión de defraudarlo porque al día siguiente nos esperaba otra dura jornada de viaje, una vez visitados los monasterios de Meteora. Pero esto ya es otra cuestión que trataré en otro momento. ¡Buenas noches!


viernes, 4 de diciembre de 2015

Recordando a Homero


Después de mi reciente viaje a Grecia, me apetecía volver a leer algo de Homero. Por supuesto, no tanto como para releer toda la Ilíada o la Odisea, de cuyos textos cogí un buen empacho en mi juventud, esa época en la que me propuse conocer, de primera mano, con mis propios ojos, algunas de las obras clásicas de las que todos hablaban mucho y, me temo, que pocos leían. Y comencé, de nuevo, aquel canto primero de la Odisea:

"Háblame, Musa, de aquel varón de multiforme ingenio que, después de destruir la sacra ciudad de Troya, anduvo peregrinando larguísimo tiempo, vio las poblaciones y conoció las costumbres de muchos hombres y padeció en su ánimo gran número de trabajos en su navegación por el ponto, en cuanto procuraba salvar su vida y la vuelta de sus compañeros a la patria. Mas ni aún así pudo librarlos, como deseaba, y todos perecieron por sus propias locuras. ¡Insensatos! Comiéronse las vacas del Sol, hijo de Hiperión; el cual no permitió que les llegara el día del regreso. ¡Oh diosa, hija de Zeus!, cuéntanos aunque no sea más que una parte de tales cosas."

Volvieron a aparecer ante mis ojos los adjetivos y epítetos épicos que tan poderosamente  habían llamado mi atención en aquellos años. Aquellos: "Zeus, que amontona las nubes", "Atenea, la diosa de ojos de lechuza", "Aquiles, el de los pies ligeros", el "prudente Telémaco", la "discreta Penélope", el "ingenioso Ulises", la "funesta Caribdis"... Epítetos que se repiten en sus obras con una constancia imperturbablemente machacona. 

Una cosa llevó a la otra y recordé, no sé si por lo de Hiperión, uno de los ejercicios de nuestra clase de Escritura Creativa. Se trataba de un relato geométrico en sesenta palabras. Ni una más, ni una menos. Al poner manos a la obra, me vino a la memoria un  párrafo leído en algún lugar: Según los himnos homéricos, Eos, Helios y Selene (la Aurora, el Sol y la Luna) son hermanos, hijos de Titán (Hiperión) y de su hermana Tea (Eurifaesa). Entre los tres cierran el círculo del día. 

Vi que el tema tenía posibilidades y, en el desarrollo de este asunto, eché mano, sin apercibirme de ello,  de ese poso que van dejando en nuestro subconsciente las lecturas de las que nos vamos alimentando a lo largo de nuestra vida. A pesar de que ésas fueron realizadas cuando contaba diecisiete años, aparecieron con frescura y lozanía en esta edad en la que estoy a punto de invertir las cifras.

Así surgió este relato recordando al legendario y novelesco poeta ciego, pilar de la literatura occidental, cuyas principales obras, la Iliada y la Odisea, son conocidas, en la actualidad, más por las versiones cinematográficas realizadas que por su lectura:


Triángulo circular

Eos, la aurora de dorados cabellos, voló anunciando la llegada de su hermano Helios, el de la brillante aureola, conduciendo su carro tirado por los cuatro toros solares en busca del proceloso Océano. Cuando, cansado, llegó al ocaso, su hermana Selene, la de blanca tez, ocupó su lugar hasta reunirse con Eos y así, una vez más, iniciar el nuevo día. 

Felipe Tajafuerte
2015




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