martes, 25 de febrero de 2014

Caminata circular


La mañana prometía. Manolo con su clarín dio el pistoletazo de salida desde la puerta del casino. Cruzamos el viejo puente de piedra sobre las aguas embravecidas y tomamos el camino de la izquierda, junto al arruinado humilladero. Marchamos aguas arriba, por la margen izquierda del Ebro, la misma ruta que tomaremos el próximo día seis. Rebasamos los términos de Carramurillo y Las Norias,  hasta llegar al Ventorrillo, cruzamos la carretera de Pamplona y nos internamos por una pedregosa calzada hacia las Bardenas, por Valdetellas, volviendo en la misma dirección que las aguas del río.

Por Valdetellas
El sol había inundado de colores el paisaje. En primer plano la Bardena domesticada por los cultivos de brócoli y frutales de brazos desnudos. En un segundo término, a la vista, la ciudad con el Moncayo asomado a la ventana mostrando su testa coronada de armiño. Traspasamos la carretera de Ejea continuando por la pista de tierra que conduce al Hotel Aire de Bardenas y después tomamos la Cañada Real en dirección a Tudela.

Así lucía Tudela
Como este año no había charca con agua donde hacer a mis compañeros una foto aprovechando el espejo líquido, la sustituimos por otras con el Moncayo y la ciudad de fondo, que también tienen su aquel.

Por la cañada Real
Abandonamos la cañada para tomar el camino que nos iba  a llevar al barranco de Tudela, a los pies del cerro de San Gregorio, allá donde los pinos pintan de verde el desierto bardenero.

Hacia la ciudad por la Cañada Real
Nos dirigimos hacia el dique y por el término de la Barca Vieja, con el punto de mira en los puentes sobre el Ebro, llegar de nuevo hasta el de piedra, cerrando así el círculo de nuestro paseo, tras una caminata de dos horas y media.

Ebro y Moncayo desde la Barca Vieja
A doscientos metros de allí, en el huerto de los Castillos en la carretera de Pamplona, nos esperaban con las mesas puestas. La intendencia había hecho un buen trabajo. Los embutidos, los quesos y los famosos boquerones de Manolo, abrieron el camino a los asados a la brasa de panceta, chistorra y salchicha tamaritana. El manoseo de las botas de vino fue in crescendo, en un continuo trasiego de las mismas. 

Tudela desde Traslapuente
No faltó de postre el tradicional queso con confitura de membrillo, amén de un dulce típico de Tudela: costradas.  Después los cafés y los licores; barra libre y sin control de alcoholemia. A continuación entramos en tiempo de los cánticos regionales: jotas, habaneras, corridos, pasacalles etc. y algún que otro baile. Como es habitual, Mari Paz y Enrique, los anfitriones, se marcaron un simpático "agarrao".

Las típicas costradas
Esta es prácticamente la despedida de nuestros entrenamientos puesto que el próximo domingo es carnaval y habrá algunas ausencias al breve paseo matinal; los auroros tienen que cumplir sus obligaciones. Antes, el viernes, durante la cena de hermandad en la peña La Teba, pasaremos por taquilla para soltar la mosca y aportar la tela necesaria para el buen funcionamiento de nuestra javierada.

Y el jueves, día seis, ¡en marcha!

jueves, 20 de febrero de 2014

Imprudencia



La vio aproximarse con las enaguas de nácar encrespadas y las blancas guedejas al viento huracanado. Fascinado, con el ojo pegado al visor de su vieja cámara fotográfica, trató de captar el ímpetu de su fiera belleza. Indiferente a la amenazadora cercanía, apretó el disparador. El estallido de una gigantesca ola de espuma lo precipitó al abismo. Instantes antes de que el agua salobre anegara sus pulmones, como un destello del flash, su memoria se inundó con la sonoridad de aquel nombre de mujer: Ciclogénesis Explosiva.


Felipe Tajafuerte
2014

lunes, 17 de febrero de 2014

Marcha a Tulebras



Hoy tocaba quizá la etapa de entrenamiento más larga de todas las que solemos hacer. A las ocho y cinco partimos desde la puerta del Simply, por la Vía Verde del Tarazonica, en dirección a Tulebras. A pesar del fresquito, buena temperatura para la marcha con la claridad del día, recién estrenado, iluminando el camino.


El grupo a su paso por el Km. 9
El recorrido es cómodo, prácticamente recto, con un ligero desnivel ascendente apenas perceptible.

Entre cañas 
El perfil dormido del Moncayo siempre a nuestra vista, mirándonos a los ojos. La nieve de su cima se derrama por las laderas pintándose con los tonos azulados del amanecer, mientras las yemas de los árboles más madrugadores alumbran el rosa palo de unos tímidos pétalos.

Las primeras flores
Caminamos a buen paso y el grupo se va estirando poco a poco. Al paso por Cascante, una pareja de cigüeñas se hacen arrumacos en la altura de sus nidos, indiferentes a nuestra marcha.

Una pareja de cigüeñas
Dejamos a la derecha la basílica del Romero, desde cuyo cerro se descuelga su arquería de ladrillo al encuentro de las casas de la ciudad.

El Romero en Cascante
Continuamos caminando y, pasado el kilómetro trece, abandonamos la Vía Verde tomando una pedregosa pista que nos sitúa en las primeras casas de Tulebras.

Nuestra Señora de la Caridad
Pasamos junto al Monasterio de Nuestra Señora de la Caridad para entrar en la taberna del pueblo, donde ya tenemos reservado sitio para el refrigerio. Son las diez y cuarto, llevamos más de dos horas caminando, y la gazuza ha despertado la fiera que llevamos dentro. Cuando entramos, cuatro policías forales llevan adelantada la faena en una mesa a la izquierda.

Tomando posiciones
Nos vamos colocando y, al pedir la comanda, fiel a mis convicciones, solicito mi plato habitual: huevos con jamón. Mi compañero se pide unas manitas, no sabe si de ministro o de concejal, que están cojonudas, según comenta después de dar buena cuenta de ellas.

Huevo con manitas de cerdo

- A ser buenos -dice uno de los nuestros a los forales cuando se marchan. Ellos ríen-. 
- Seguro que ahora joderán a alguno -comenta otro-.

Una vez repuestos, emprendemos el regreso. Parece que el yantar nos ha dado alas, a pesar de que volvemos con más peso. Las cigüeñas de Cascante siguen haciéndose carantoñas. Al pasar por Urzante, dirijo la vista al muro verde que resguarda mi huerto. Hay que vigilar la hacienda.

De regreso, agrupados
Vamos agrupados, con dos adelantados un centenar de metros por delante de avanzadilla. El ritmo ya no es tan vivo; el cansancio se agarra a nuestros talones. A dos kilómetros de Tudela, nos detenemos junto al huerto de José Luis, de donde nos sacan, y no hacemos ascos, un aperitivo de chorizo y ensalada de tomate, al que acompañan con cervezas, vino y refrescos.

El último arranque
Con este último tentempié recobramos los bríos que hemos ido dejando desperdigados por el camino. Son más de las dos cuando entro en mi casa verdaderamente cansado tras los veintiocho kilómetros recorridos. La ducha me espera.

jueves, 13 de febrero de 2014

Adoptado


Vaticinaron que nos costaría acostumbrarnos al pequeño; pero en el momento que entró en casa, lo acogimos con ilusión y lo pusimos en la habitación que le habíamos asignado. Allí estuvo un tiempo sosegado, sin dar ninguna guerra. Ahora va de la Ceca a la Meca, recorriendo todo el piso con un simpático ronroneo, husmeando por los más recónditos rincones. Si se fatiga, él solo, sin necesidad de ayuda, se dirige a su lugar de descanso. De vez en cuando hay que quitarle las pelusas, pero esto no nos supone ningún esfuerzo. Estamos encantados. ¡Bendita la hora en que decidimos adoptarlo!

Es tan práctico este robot aspirador...

Felipe Tajafuerte
2014




martes, 11 de febrero de 2014

En el Vedado de Eguaras

El domingo anterior habíamos quedado para éste en hacer un recorrido, si el tiempo lo permitía, por el Vedado de Eguaras. A las ocho y cinco salimos del Paseo de Pamplona en seis vehículos particulares con dirección al Yugo. En algo menos de media hora nos presentamos en la ermita y tomamos la pista que el próximo día siete de marzo recorreremos los peregrinos hacia Javier. Estacionamos los coches en una bifurcación, a mitad de camino entre el santuario y el inicio de la cuesta de las mulas. Abandonamos el itinerario de la javierada y, cargados con nuestras mochilas, los veintiún caminantes tomamos una dirección perpendicular a través Landazuría y los nuevos regadíos de Valtierra.

La tierra está seca y los sembrados ralos. El agua se ha quedado toda en el norte de Navarra. El contraluz del sol, que cada día se da más prisa en mostrar su faz, dibujaba sobre un fondo malva la silueta inconfundible del Rallón, y más a la derecha los contornos oscuros de Tripa Azul, la Nasa y el Rincón del Bú.

Amanece en los nuevos regadíos

La silueta del Rallón en la lejanía

Los rastrojos fueron dando paso a romeros, espartos, sisallos y ontinas conforme íbamos bordeando el perímetro del vedado, donde los gollizos y barrancos mostraban caprichosas formaciones modeladas por las aguas torrenciales.

Matorral a ambos lados del camino

Barrancadas y formaciones
La torre chata de Peñaflor se dejó ver entre el arbolado que dejábamos a nuestra izquierda. Cruzando campo a través unos barbechos, nos introdujimos por una senda abierta en el sotobosque.

Campo a través con Peñaflor al fondo
Cobijados por lentiscos y pinos, algunos secos, con extrañas figuras, avanzamos por una barrancada que se abría en un valle ancho y plano, resguardado por cerros y acantilados de la Estroza.

Un pino seco en el camino
Sobre un picacho aislado, corroído por la erosión, los restos del castillo de Peñaflor, con su truncado torreón enhiesto cual monumento fálico, en un difícil equilibrio para no venirse abajo.

Vista de Peñaflor
A nuestra espalda habíamos dejado, en un alcor, un grupo de buitres indiferentes a nuestro paso, quizá esperando el desfallecimiento de alguno de nosotros.

Los buitres a la espera
En el frente, los farallones estriados mostraban las buitreras blanqueadas con los excrementos de sus moradores. A la izquierda, la caseta de los guardas que yo recordé de aquella excursión en que fuimos aislados por la niebla.

Los farallones nos protegen
Eran las diez de la mañana cuando en una mesa improvisada con una puerta encontrada en el ruinoso edificio, extendimos la vituallas que cada uno fuimos extrayendo de nuestros macutos.

He aquí nuestro poderes
Sobre un hule, sacado de una previsora mochila, fueron colocados variados manjares: chorizos, salchichones, jamón, queso, tortillas de patata y de alcachofas, magras con tomate, diversas conservas y unos platos con trozos de tomate y cebolla dulce. Poco a poco fuimos dando buena cuenta de las viandas regadas con el vino de las botellas y las botas. Las de agua fueron quedando relegadas al olvido. De postre tomamos una especie de empanadillas rellenas de cabello de ángel, recubiertas de azúcar, que había traído Ascen, que también se había provisto de unos termos con café. Como a algunos no nos gusta tan caliente, lo enfriamos con unos chorricos de licor, cosa que nos vino muy bien porque la mañana se había tornado muy fresca ya que el sol había perdido la batalla, y no lograba emerger de aquel cielo gris.

Camino de vuelta
Emprendimos el regreso por el lado contrario al que habíamos accedido, atravesando el valle del Vedado. A mí, particularmente, es un camino que me encanta. Está muy definido y abrigado, discurre entre el variado arbolado de la reserva, es relativamente cómodo y permite contemplar la flora del lugar en todo su esplendor.

Saliendo del Vedado de Eguaras
Los pinos luchan a brazo partido, en una guerra perdida, contra el muérdago que los invade y los asfixia. Caminando con las nuevas energías adquiridas, salimos del Vedado al Plano por el Alto de los tambores, incorporándonos al camino para, descendiendo por la Cuesta de las mulas, llegar hasta el lugar donde habíamos dejado los vehículos.


Por la cuesta de las Mulas hacia el Yugo
A la una del medio día nos encontrábamos en el bar del albergue del Yugo saboreando unas cervecicas como remate. Después vuelta para casa.


La reserva natural del Vedado de Eguaras, incrustada en el Parque Natural de Bardenas, pertenece al término municipal de Valtierra y no forma parte de la Comunidad de Congozantes sino que se trata de una propiedad privada. Históricamente perteneció a los reyes de Navarra, cedido más tarde junto con Valtierra a Mosén Pierres de Peralta, en el siglo XVI perteneció al noble tudelano Juan de Eguarás de quien tomó el nombre. Tiene un aprovechamiento agrícola y ganadero, constituyendo uno de los más bellos parajes de las Bardenas, un oasis verde dentro del desierto.

Restos del castillo de Peñaflor o de Doña Blanca
Cuentan los cronicones que en su castillo de Peñaflor permaneció recluida durante unos meses la princesa Doña Blanca I de Navarra, por orden de su padre, al negarse a su matrimonio con el príncipe de Aragón Martín el Joven.

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