jueves, 31 de agosto de 2017

Volver a empezar


Desde el momento en que traspasó el umbral de mi casa me gustó por su sobriedad y su sencilla elegancia. Tenía buen aspecto y las referencias eran inmejorables. Destilaba empatía. Pronto nos compenetramos. Hicimos buenas migas y pasamos horas y horas en grata compañía. Cuando albergaba alguna duda acudía a ella y habitualmente daba respuesta a todos mis interrogantes.

De un tiempo a esta parte, comenzó a renquear y sus problemas internos se fueron intensificando. Pasó unos días en observación sin llegar a saberse qué es lo que le ocurría. No se acertó en el diagnóstico. Quizás su mal era congénito. Su edad tampoco hacía prever un final a corto plazo. Sin embargo, últimamente respondía con lentitud a mis requerimientos y, en ocasiones, se quedaba parada, como en otro mundo, flaqueando su memoria cada vez con mayor asiduidad. Hasta que ayer perdió sus constantes vitales y se apagó definitivamente. Había llegado su final.

En tan sólo un día, he constatado mi dependencia de ella. No me ha quedado otra opción. Ya he tomado las medidas oportunas para adquirir una nueva computadora.


Felipe Tajafuerte. 2017

10 comentarios:

  1. Demasiado amor por un "cacharro". ;-)

    Saludos

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    1. Nuestras vidas están rodeadas de cacharros de los que cada vez nos es más difícil prescindir. No creo necesario enumerar unos cuantos.

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  2. Estaba esperando el nombre de tu perra, pero este cacharro tiene un latir binario y no sanguíneo. Me ha encantado. Enhorabuena.

    Un abrazo.

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    1. No tengo mascota. Me gustan los animales pero en sus hábitats respectivos. Gracias, Paco.

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  3. Muy bueno Felipe te suento crecer tambien en los relatos. Un abrazo

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  4. Ya me estaba inquietando Felipe.¡Gran final!

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  5. Jaja sorprendente final, en la última palabra...

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    1. El secreto de los micros: mantener el interés hasta el final e incitar a la relectura de relato.

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Tu comentario es bien recibido aunque sea anónimo. Muchas gracias por tu atención.

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