miércoles, 12 de julio de 2017

Un lugar mítico

Desde hace mucho tiempo la roca normanda del Mont Saint Michel me había parecido un lugar esotérico y legendario que soñaba visitar. Este deseo se intensificó cuando, hace un par de años, leí el triller, publicado por Frederic Lenoir y Violette Cabesos, La promesa del Ágel, un bestseller al estilo de Los pilares de la tierra que, sin ser ninguna obra importante literariamente hablando, acrecentó el interés que siempre había sentido por poner los pies en ese imponente islote berroqueño. Pude cumplir este deseo hace escasamente un mes.

Saint Michel desde el estacionamiento de autobuses
Salimos temprano de Rennes y para las ocho y media de la mañana del miércoles catorce de junio, el autocar en el que viajábamos logró estacionar, prácticamente en solitario, en el parking habilitado a tres kilómetros de la isla rocosa donde se ubica la abadía dedicada a San Miguel.


Saint Michel desde la pasarela
Desde allí contemplé la majestuosa figura piramidal, inconfundible, de este monumento emergiendo de las arenas húmedas de la playa, en ese momento al descubierto por el retroceso de las aguas, donde se asienta la base de sus murallas y culminada por la aguzada torre de la iglesia abacial de la que sobresale una brillante estatua del Arcángel San Miguel luchando contra el dragón.

Hacia la Grand Degré
Unos autobuses lanzadera, navettes les llaman allí, nos aproximaron por el nuevo puente pasarela a unos cuatrocientos metros de las puertas del mítico islote, en cuyo entorno se producen las mareas más altas del continente europeo, dejándonos el camino expedito para que, como peatones, pudiéramos disfrutar de unas preciosas vistas despejadas sobre el Mont y la bahía.

El pueblo, que se desarrolló más abajo del cenobio edificado por los benedictinos, se extendió hasta el pie del peñasco transformándose en una plaza inexpugnable, ejemplo de arquitectura militar, y sus murallas y fortificaciones resistieron todos los ataques a lo largo de los siglos. Más tarde, tras la disolución de la comunidad durante la revolución francesa, fue transformada en prisión y en 1874 fue convertida en edificio histórico.

Iglesia parroquial de San Pedro
Tras la puerta de acceso, iniciamos una exigente ascensión por una estrecha calle, la Grande Rue, cuajada a ambos lados de comercios de souvenirs, ropa, libros, licores, bares, restaurantes etc. en dirección al abadengo. A la izquierda, un pequeño templo sale al paso del visitante; se trata de la iglesia parroquial de San Pedro en la que se encuentra una efigie del siglo XVI de Santa Ana educando a la Virgen. Un breve descanso en un mirador al pie de las escaleras que llevan a la sala de guardias nos permitió admirar el paisaje de la costa.

El río Couesnon desde la terraza
Después de atravesar dicha sala, previa entrega de los tickets para recorrer la abadía, subimos más escaleras entre los edificios de los monjes a la izquierda y la iglesia a la derecha, unidos por unos pasajes suspendidos, llegamos a una gran terraza en la que se encuentran el atrio de la iglesia abacial y unos tramos de la nave destruidos por un incendio en el siglo XVIII. Desde esta terraza se disfruta de una espléndida vista de la bahía, el islote Tombelaine, el canalizado río Couesnon y, más lejanos, el peñasco de Cancale y el Mont Dol.

La gaviota y el islote Tombelaine
Una insolente gaviota posó impertérrita ante mi objetivo, indiferente a todos los concurrentes.

La iglesia abacial

Cruzamos la sobria puerta que da acceso a la basílica. Es de tres naves, la central más alta que las laterales, majestuosa, sin más adornos que su soberbia arquitectura y unos sencillos bancos de madera.


Otro aspecto del interior

Está situada en la cima del peñasco, a ochenta metros sobre el mar y presenta tres alturas constituidas por arcadas, tribunas y ventanas altas. 


El claustro
Un pasaje en el lateral del evangelio nos abrió camino a un nuevo espacio que nos permitió admirar, a pesar de encontrarse en plenas obras de restauración, un magnífico claustro con una doble fila de columnas que trazan diversas perspectivas mutantes


Sala de huéspedes o visitantes
Mientras los obreros se afanaban en el trabajo, atravesamos su galería y recorrimos diversas salas comunicadas unas con otras y a distintas cotas: el refectorio, la sala de los Huéspedes, la cripta de gruesos pilares y otras capillas y criptas dispares hasta alcanzar una escalera que nos situó en la sala de los Caballeros, construida para sustentar el precioso claustro por el que habíamos pasado.


Cripta de gruesos pilares

Finalizamos el recorrido de esta maravilla en la Capellanía, establecida en el primer nivel, bajo la sala de los Huéspedes.


Sala de los Caballeros

Salimos al exterior, atravesamos un pequeño jardín y descendimos hasta llegar a la base de la escalera del Grand Degré


Otro aspecto de la sala de los Caballeros

Tomamos el camino de las murallas y continuamos bajando por el adarve, dejando el mar a nuestra izquierda y el pequeño caserío a la derecha, hasta sumergirnos en la vorágine del río de visitantes que a esa hora, cerca de las once de la mañana, atestaban la Grande Rue.


Una de las escaleras interiores
El calor apretaba de lo lindo por lo que nos introdujimos en una de las cervecerías allí situadas y pedimos unas bières très froides. A pesar de no estar a la temperatura solicitada y que tuvimos que llevarlas nosotros mismos a la mesa, nos soplaron la módica cantidad de 6,40€ por cada cervecica.


Escalinatas hacia la sala de guardias
Abandonamos el recinto amurallado no sin detenernos ante el restaurante La Mère Poulard, junto al puente levadizo, famoso por sus tortillas francesas de langosta y de bogavante, amén de los sablazos que dan al personal. 

La pasarela estaba repleta de viajeros que en esos momentos se acercaban al lugar que nosotros ya abandonábamos; unos a pie, los más en los autobuses navettes y otros en las coloristas navettes hippomobiles, unos grandes carruajes bien pertrechados tirados por caballos. 

Descendiendo por el adarve, a la izquierda el mar

No recuerdo las veces que, como la mujer de Lot, volví la vista atrás para retener en mi memoria y tomar las últimas instantáneas del mítico lugar que estaba dejando a mis espaldas, la gran pirámide del Mont Saint Michel, coronada por la dorada estatua del Arcángel San Miguel sobre la aguja de la torre de la iglesia, a ciento setenta metros por encima de la orilla.

Por el adarve, a la derecha el caserío

No tuvimos la suerte de contemplar la perspectiva de esta maravilla, este grand site de France, durante la pleamar cuando, gracias a la eliminación de la antigua carretera sobre el dique, sustituida por un puente pasarela eliminando el obstáculo que impedía el tránsito de las aguas de las mareas, adquiere el carácter de isla marítima, tal como la percibió el obispo de Avranches cuando, en el año 708, erigió el primer santuario en el Mont-Tombe, que así se llamaba entonces. De no haberse llevado a cabo esta modificación, dentro de veinticinco años, Saint Michel y su milenaria abadía hubieran estado rodeadas de praderas verdes en lugar de aguas azules.



10 comentarios:

  1. Me has puesto el gusanillo.

    Un abrazo.

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    1. Pues ya sabes, Emilio. No está tan lejos y estoy seguro de que te encantaría a pesar de lo masificado que está por el turismo. Hay lugares que a pesar de todo motivan. Un fuerte abrazo

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  2. Respuestas
    1. Gracias, Lorena. Da gusto hacer una reseña que despierte ciertos comentarios. Espero viajar de nuevo contigo.

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  3. Qué importante es jalonar esos hitos que uno se marca y subrayarlos en la memoria como objetivos cumplidos. Magnífico reportaje, Felipe.

    Un abrazo.

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    1. Hay sueños que parece imposible poder cumplirlos, sobre todo a los que tenemos cierta edad y que hemos comenzado a viajar un poco tarde. Este ha sido uno de ellos y ha merecido la pena. Tu estímulo nnunca me falta. Gracias por ello. Un fuerte abrazo.

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  4. Hace tanto, tanto tiempo que, lo visité (unos 25 años) que me ha venido bien recordar.
    Y me imagino que despues vendrá tida la Bretaña fracesa no? Un abrazo

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    1. Entonces conocerías el muro hoy desaparecido. La nueva pasarela se inauguró en el 2015. Toda la Bretaña no pero alguna cosilla que me impactó muchísimo, aunque en otro sentido, quizás. Un cálido abrazo, Chelo.

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  5. No lo conozco, y es uno de esos lugares que todos queremos visitar. Felicidades por haberlo logrado.
    Saludos.

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    1. Sí, estoy seguro de que tú eres una de las personas que disfrutaría con esa visita. Yo lo he conseguido a los setenta y uno, creo que tu tienes tiempo por delante para hacerlo. Un saludo

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Tu comentario es bien recibido aunque sea anónimo. Muchas gracias por tu atención.

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