sábado, 8 de noviembre de 2014

Castaños, cochinos y castillo: todo en uno


Aprovechamos el sábado, un día soleado, magnífico, antes de que se instalasen entre nosotros las anunciadas lluvias. Tomamos la carretera hacia Miajadas, la que utilizábamos para ir de Cáceres a Villanueva de la Serena cuando todavía no se había construido la autovía a Trujillo.

Castillo de Montánchez
Las torres se fueron sucediendo unas a otras: Torreorgaz, Torrequemada, Torremocha y, por fin, Torre de Santa María. Aquí tomamos el desvío hacia Montánchez, el lugar quizás más emblemático del producto estrella extremeño, el jamón ibérico.

Dentro del recinto amurallado
Estacionamos nuestros automóviles junto a la plaza de toros y, como todavía no era la hora del yantar, decidimos dar un paseo por el bosque cercano. Elegimos la ruta del castañar, de algo más de dos kilómetros, suficiente para dar un paseo con los niños. Partimos pues, de la plaza de toros y, tras unos campos de vides de marchitas hojas amarillas, tomamos un camino empedrado, cómodo de andar a pesar de alguna que otra cuesta, siempre siguiendo las flechas rojas y azules que balizan la ruta ante las que mi nieto mayor mostraba la ingenua alegría de sus cuatro años al localizarlas. 

La materia prima
Llegamos a unas cochiqueras cercadas con piedra que fueron parada obligatoria para que los pequeños contemplaran una piara de cerditos pequeños, cenicientos, casi negros que, a juzgar por sus gruñidos de satisfacción, disfrutaban del sol otoñal.  En la ladera cercana, otros cerdos de mayor tamaño pastaban libremente en la dehesa de encinas de una finca delimitada por un pequeño muro pétreo. Continuamos nuestro camino, internados ya en pleno bosque.

El camino empedrado
A nuestro alrededor, encinas, alcornoques y castaños nos proporcionaban un agradable cobijo de los rayos solares. El color verde de los helechos y del musgo rompía el monótono gris de las rocas. Por un sendero a la derecha nos introdujimos en el castañar propiamente dicho.

El castañar
La alfombra mancillada de hojas secas y cápsulas vacías de las castañas ya recogidas crujía al avance de nuestros pasos por un vericueto descendente. Ante alguna de estas vainas espinosas, que todavía contenían algunos frutos, mostré a mi nieto pisándolas con un movimiento giratorio del pie, cómo sacar esos frutos sin clavarse ninguna púa. Él recogía encantado las castañas y se las daba a su padre.

De vuelta por el bosque
El sendero desembocó en un camino que nos devolvió al lugar donde se encontraban las cochiqueras y de allí, de nuevo al pueblo. La gazuza se dejaba sentir y nos dirigimos al sitio adecuado para calmarla. Muy cerca de allí se encontraba la plaza donde se ubica el Ayuntamiento. Las terrazas de bares y restaurantes estaban repletas, la magnífica temperatura invitaba a ello,  de gente cumpliendo el menester que nosotros pretendíamos llevar a cabo.

La animada plaza de Montánchez
Una vez satisfechos nuestros estómagos decidimos caminar hasta el castillo venciendo la modorra que se apoderaba de nosotros. Como todo castillo que se precie, éste se encuentra en la altura más escabrosa del lugar. Sin pensarlo dos veces, salimos de la plaza por una empinada cuesta, giramos a la izquierda y otra calle más pendiente todavía nos situó al pie de la fortaleza. Numerosas personas estaban haciendo el mismo recorrido que nosotros. Nos dimos cuenta de que allí mismo se encontraba el cementerio y que era el día de Todos los Santos, por lo que la mayoría se quedaron en él. Continuamos nuestra ascensión para visitar el recinto amurallado.

Puerta de entrada
El castillo lo constituyen distintos volúmenes superpuestos, adaptados al terreno abrupto, derruidos en su interior, por lo que solamente quedan sus muros almenados. De origen romano, fue reconstruido y ampliado por los almohades; fue remodelado durante la reconquista y durante los siglos XV y XVI  fue residencia de los comendadores de la orden de Santiago.

Dentro de recinto amurallado

Está edificado en la cota más elevada del terreno por lo que el panorama desde esa altura es espectacular. Esta ubicación, la altura de sus muros y la torre del homenaje emergiendo de ellos hace que el aspecto desde la carretera, al aproximarse al pueblo, sea de una esbeltez dominadora, lo que nos da una idea de lo que eran los castillos en tiempos de la reconquista.

Interior de la ermita de la Consolación
Nada más traspasar la puerta, a la izquierda, nos encontramos con la ermita de Nuestra Señora de la Consolación, toda blanca ella. Entramos y, mientras echábamos un vistazo,  descansamos de la subida.

Todo derruido en el interior
A continuación, fuimos pasando de un recinto a otro y pudimos constatar que en el interior estaba todo derruido; solamente dentro de la torre de homenaje parece que pueda haber algo en pie, pero no pudimos acceder a ella. Al pasear por las almenas escuchamos los rezos cercanos de los fieles en el camposanto situado al pie de la muralla.

El pueblo a través de otra puerta
El atardecer hacía luminoso el gris terso de dos embalses en la lejanía, mientras la bruma se hacía dueña del horizonte.

El ocaso ya muy cercano
Descendimos hacia el paisaje ocre de los tejados del caserío del pueblo. Hicimos una parada junto a la iglesia parroquial de San Mateo con su campanario exento, de cuatro cuerpos desiguales.

Campanario e iglesia. Al fondo el castillo
Mientras los niños se entretenían jugando en el parque infantil contiguo me acerqué al templo y, como la puerta estaba abierta, me  introduje sin reparar en la oscuridad; esta era tal que no hubo forma de hacerme a la idea de su interior. Más parecía haber penetrado en la boca de un lobo. En vista de ello volví donde me esperaban los míos y aún hice un par de fotos sin apenas luz ya que ésta desaparecía a pasos agigantados. Como nuestros coches estaban en la otra punta del pueblo, era ya noche cerrada -¡qué pronto anochece ahora!- cuando nos poníamos en marcha hacia Cáceres.

14 comentarios:

  1. Que bonita es España, no me canso de repetirlo, tenemos una diversidad envidiable y buena gente alla donde vas, gracias por compartir.
    Saludos

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    1. Efectivamente, cada rincón de nuestra España tiene su aquel. Un saludo

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  2. Nos muestras un todo en uno magnífico, aunque veo que algunos cerdos le falta un poco de "chicha", aunque seguro que llegarán en perfecto estado para las navidades.

    Saludos

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    1. Los que pastaban por la dehesa tenían mayor porte. A estos tadavía les faltaba, pero fueron las delicias de los niños. Un saludo

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  3. Preciosa excursión. Lo apunto en la agenda para ir por ahí. Conozco Cáceres, Trujillo, Mérida pero no Montanchez. Gracias. Saludos.

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    1. Extremadura tiene pueblos insospechados. Tre recomiendo el jamón del lugar. Un cordial saludo

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  4. Hace tanto tiempo que no hacemos un viaje que volverlo a hacer de tu mano me ha venido estupendo.

    Estoy un poco alejada de los blogs ultimante, hoy ando por aqui y entro a leerte. Un abrazo

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    1. No importa, Chelo, vengas cuando vengas sabes que siempre serás bien recibida. Yo también estoy algo más despegado; me ayuda a mantenerme el recuerdo de una tarde-noche inolvidable madrileña. Un fuerte abrazo

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  5. Que bien voy de viaje contigo, es una delicia acompañarte. Besicos.

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  6. Nunca faltan en tus viajes las referencias al yantar. Es esa tierra, de tanta pata negra, el jamón no puede faltar.
    Saludos.

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    1. Es que una mala comida puede echar a perder el mejor de los viajes. Un saludo

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