miércoles, 26 de abril de 2017

La leyenda del olivo



Por dar a una ciudad nombre
Atenea y Poseidón
contendieron por el don
que más útil fuera al hombre.
Creyendo ganar el fallo,
sin pensárselo dos veces,
dejándose de sandeces,
Poseidón donó un caballo.
Atenea, con motivo,
aportó un genial regalo
que muchos creyeron malo
al verla con un olivo.
Y Zeus consideró,
tras oír las opiniones,
mejor, por varias razones,
el que su hija entregó.
Signo es de guerra el corcel
y de paz el aceituno
y fue por ello oportuno
darle a la diosa el laurel
y que su nombre pusiera
a ese lugar por las buenas
y así la ciudad de Atenas
se llama de esta manera.
Pronto aprendieron los griegos
a molturar aceitunas,
mas las enormes fortunas
no las lograron labriegos.
Desde entonces al aceite
consideran sin dudar
la joya del olivar,
causante de tal deleite
que pronto, sin suspicacias,
por tan grandes cualidades
para todas las edades,
despacharán las farmacias.



Felipe Tajafuerte. 2017

2 comentarios:

  1. Un poema de andar ligero y de gran fondo. Me gustó. Y también gozo con el aceite de oliva que a mis 74 me mantiene trabajando.
    Un abrazo.

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    Respuestas
    1. Así es, Vicente, hay que mantener las neuronas activas. Efectivamente es un poema sin más dificultades que las de contar una historia ajustándose a la métrica y rima de unas redondillas. Comparto y agradezco tu abrazo.

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Tu comentario es bien recibido aunque sea anónimo. Muchas gracias por tu atención.

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