viernes, 30 de septiembre de 2011

Armenteira

Hace escasamente una semana que mi mujer y yo hemos regresado de un viaje por las Rías Baixas. Prácticamente es el mismo viaje que ya habíamos realizado hace cuatro años con la diferencia de que, en esta ocasión, en lugar de hacerlo por nuestra propia cuenta lo hemos hecho con un grupo de jubilados de Pamplona. El recorrido ha resultado muy agradable y relativamente cómodo, proporcionándonos nuevas y gratas amistades.

Uno de los días teníamos programada una excursión para visitar el Monasterio de Santa María de Armenteira que, casualmente, en el viaje anterior no pudimos ver. A pesar de que el día salió nublado, al poco tiempo comenzó a lucir un  sol esplendoroso que ya no nos abandonó en toda la jornada.  Llegamos a las inmediaciones del monasterio hacía las diez de la mañana. La visita guiada era a las once por lo que disponíamos de una hora de tiempo libre para dar un breve paseo por una ruta que nos habían recomendado.

El agua desciende rápida

Comenzamos tomando una pista cómoda que se iniciaba junto a un panel que decía "ruta da pedra e da auga". Caminamos unos 150 metros, cruzamos una estrecha carretera y descendimos por un sendero paralelo a un riachuelo. El itinerario se tornó más agreste y umbrío conforme seguimos el curso del agua. El río  Armenteira fluye en cascadas rumorosas sosegándose en pequeños remansos donde refulge, tornasolada,  la luz que se  filtra a través de las hojas de los frondosos árboles, produciendo unos matices insospechados. 

El agua se diluye entre las rocas

De cuando en cuando, en ambas orillas, alternándose, una reducida construcción de piedra. Son antiguos molinos de agua reconstruidos parcialmente. En algunos de ellos, las redondas piedras para moler el maíz nos hacen rememorar las sensaciones de la dura vida rural. Tiempos pasados, no muy lejanos en esta zona. Exploramos seis u ocho "muiños" e iniciamos el regreso puesto que ahora la subida iba a resultar más costosa. Sorprendido por la belleza del paraje, dí rienda suelta a mi afición fotográfica tomando instantáneas que más adelante deberé seleccionar.  

Reflejos en el remanso

Cuando llegamos al monasterio, era la hora de emprender nuestra visita guiada por el mismo. En las puertas de la antigua residencia obispal, un grupo folclórico desgrana las notas de sus gaitas, mientras contemplamos el rosetón gótico de calados geométricos, florales, sobre la portada con arquivoltas sustentadas por seis pares de columnas.

Agua cristalina

La iglesia, en forma de cruz latina, consta de tres naves muy simples con bóvedas ligeramente apuntadas, de configuración muy armónica; cada una con sus ábsides  semi circulares de ornamentación muy sobria que nos revelan la simplicidad y orden del arte del císter. Cubre el crucero una singular cúpula de influencia mudéjar única en toda Galicia.

que discurre tranquila

El claustro de mediados del siglo XVI nos muestra en las claves de su crucería los distintos estilos por los que ha ido atravesando. Del primitivo recinto solamente perdura la puerta de acceso. Salimos  y contemplamos la fábrica de los ábsides por el exterior.  Este monasterio comenzó a edificarse en el año 1168 por San Ero, noble que decidió dedicarse a la vida contemplativa y de quien nuestra guía, en su despedida, nos relató una leyenda  muy similar a la navarra de San Virila de Leyre, con alguna pequeña variación. 

Uno de los molinos

Finalizado este acto, mi mujer y yo nos dirigimos a la tienda que regentan las monjitas donde venden artesanía, regalos y artículos producidos por ellas mismas: pastas y sobre todo, unos jabones muy apreciados de glicerina transparente y de aceites vegetales. Compramos unos regalos de recuerdo y el consiguiente dedal para la colección. Preguntamos por Lourdes, una religiosa tudelana prima de mi cuñada. Tuvimos suerte: era domingo y por tanto no estaba en la huerta con el tractor, su labor cotidiana.

Arbol caído en el lecho

Rápidamente apareció y mantuvimos una charla muy agradable, a pesar de que el fallecimiento de mi hermano también fue tema de nuestra conversación. La vimos muy interesada por nuestras respectivas familias. A mi pregunta sobre los cantos que tendrían lugar más tarde, a la una y cuarto, me contestó que no se trataba de canto gregoriano sino del císter. Nos despedimos de ella con la promesa de que, si nos era posible, asistiríamos a esos cánticos.

El monasterio a la vista

Nos reunimos con nuestros amigos en un bar cercano y saboreamos un excelente albariño, acompañado de una cazuelica de riquísimas fabes con oreja de cerdo que nos pusieron como tapa. Alguno tomó un ribeiro que dejó en la taza un oscuro y espeso tinte granate.

Nos estaban esperando

Comprobamos que disponíamos de suficiente tiempo y fuimos a la capilla donde iban a tener lugar los rezos. En un ambiente cálido y lleno recogimiento, las sores comenzaron una suave melodía. Lourdes, al pasar, se apercibió del lugar donde estábamos. Nos impresionó la delicadeza y religiosidad de sus moduladas oraciones. Nos alegramos de haber acudido a este acto porque ella, al finalizar, vino a nuestro encuentro para despedirse. Dos cariñosos besos y sus buenos deseos para nuestro viaje, nos dieron el adiós definitivo. 

Los ábsides exteriores del monasterio

Emprendimos el regreso a nuestro hotel para almorzar, con el grato regusto de la excursión. Jornada completa. Habíamos paseado por un paraje incomparable, nos habíamos impregnado con los conocimientos artísticos de un admirable monasterio encuadrado en lugar privilegiado y, por ende, habíamos tenido un agradable encuentro con una paisana, retirada del mundanal ruido, a quien trasmitimos los saludos que nos había encomendado mi cuñada, su prima, antes de acometer este periplo.

 

martes, 27 de septiembre de 2011

Patio de caballos

Tudela, busto de José María Iribarren. (Antonio Loperena)

La reciente despedida de la Monumental de Barcelona por la prohibición de celebrabar corridas de toros en Cataluña, me ha traído a la memoria una página del libro del magnífico escritor tudelano José María Iribarren, gran conocedor de la Fiesta, publicado en 1952 con el título  El Patio de Caballos y otras estampas.

Cuando el motor de un automóvil anuncia la llegada de un nuevo diestro, corro a verle al portón. En la calle, dos filas de curiosos le abren un cauce de miradas ansiosas.

El matador baja del auto como el reo de muerte baja del coche celular, y su entrada en el patio, pasando entre los dos guardias civiles que custodian la puerta, debe de ser bastante parecida a la del condenado a muerte que llega al patio de la cárcel donde se alza el garrote.
-Grasia; veremo a vé -dice maquinalmente, correspondiendo a los que le saludan y le animan.
-¡A ver que hacemos hoy! -le ha dicho un guaja, así, en plural, como si él también fuese a jugarse la vida ante el toro.
Luego le han rodeado unos cuantos amigos que le hablan; ¿para qué?. Le veo contestar con monosílabos, con gestos evasivos. No se entera de nada. Está a cien leguas de lo que le dicen.
(Sería interesante preguntarles a los toreros, una hora después de la corrida, con quién y de qué hablaron en el patio en esos diez minutos crueles que preceden al paseíllo).
 Y continúa diciendo:

Al llegar el tercero de los espadas (siempre el mejor suele llegar el último) la espectación del público es tan grande, que, sin querer, resulta depresiva para los otros dos. Los partidarios del recién llegado se echan sobre él; le acosan, adulándole:
-¡Tú el amo; el mejor!
-¡Dales el baño a todos!
Y en su rostro, la misma mueca helada, la misma trágica sonrisa, el mismo gesto ausente y preocupado de sus predecesores.
¡No es exageración, amigos! Si queréis ver el miedo reflejado en la cara de un hombre, venid al patio de caballos y contemplad en él a los toreros. Cierto que unos lo disimulan mejor que otros. Hay a quien se le nota extraordinariamente, y hay a quien apenas se le trasluce. Es cuestión de nervios. O cuestión de tez. Pero en todos, por dentro, va la procesión del miedo: un miedo inconfesable a ser heridos, a quedar mal, a no poder rendir todo lo que la gente les exige.

Siempre he sentido una gran admiración por el escritor navarro más leído en el siglo XX, figura clave para entender el habla y las costumbres navarras. Su pulida prosa recuerda en algunos de sus escritos la de Pío Baroja. Reconozco y me congratulo por ello, como aprendiz y novel aficionado a esto de juntar letras, que su estilo ha influido considerablemente en mi incipiente e inexperta forma de narrar.  

sábado, 24 de septiembre de 2011

La Mejana


mejana.


(Del lat. mediāna, que está en medio).

1. f. Isleta en un río.
Real Academia Española 


No podía ser de otra manera. Esta entrada, que hace la número cien de mi blog, va a estar dedicada a la mejana de las mejanas, la de Tudela. Esta isleta fluvial se fue formando a lo largo de los siglos por los sedimentos arrastrados por el río Ebro y llenó de inquietud a los tudelanos que temieron que el cauce se desviase dejando el puente en seco. Tal es así, que durante el siglo XVI y parte del XVII la ciudad hizo grandes esfuerzos por destruirla sin lograr su propósito, por lo que se arrendaron sus pastos, destinándose después para carnicería pública. 

En 1666 se decidió aprovecharla para usos agrícolas acordando "se roce y ponga en cultivo la mejana de la Santa Cruz, porque sería muy conveniente para sus intereses e ingresos", sin embargo, este acuerdo no se llevó a la práctica.  En 1754 hubo una propuesta para reducir a cultivo la mejana, levantar un plano de ella y fijar el lugar más conveniente para darle riego. El proyecto tras diversas vicisitudes llegó a buen término y en 1760 se promulgaron las Ordenanzas. A partir de ese momento el Municipio la arrendó por lotes hasta que en 1813, arruinado por las exacciones de la guerra contra los franceses, se vio obligado a enajenarla por medio de subasta. Según tasación, su superficie era de 602 robos y 15 almudes y el producto obtenido por la venta fue de 1.442.511,32 reales de vellón.


En Tudela se demomina "robo" a una medida de superficie equivalente a la robada, es decir, 898 metros cuadrados. El robo consta de 16 almudes.

Mejana de la Santa Cruz

La Mejana se ha convertido en el signo emblemático de la ciudad y base del conocimiento de la calidad y exquisitez de nuestras verduras por toda la geografía española, configurándola como la huerta por excelencia del valle de Ebro, la huerta VIP. En ella se cultivan de forma artesanal toda clase de verduras y hortalizas: espárragos, alcachofas, cardos, cogollos de lechuga, borrajas, achicorias, acelgas, tomates, guisantes etc. todo con un sabor excepcional.  También tienen lugar preeminente las frutas: melocotones, albaricoques, ciruelas, peras, manzanas, caquis, higos... algún valiente se atreve con las naranjas y los limones, pero la crudeza invernal hace muy difícil estos cultivos. Es muy complicado conseguir frutos de este enclave en otros lugares por su limitada producción, destinada prácticamente al consumo propio y al mercado y restaurantes locales. Desde hace ya mucho tiempo, a Tudela se la conoce como "la ciudad de la mejana".

Cultivo de alcachofas

Los famosos cogollos de Tudela

A los saludables beneficios gastronómicos emanados de este vergel se añaden los convenientes paseos de las personas que requieren una hora diaria de caminar. Esta es la duración aproximada de la "vuelta a la Mejana", paseo denominado "del colesterol", que todos días un considerable número de tudelanos y tudelanas recorren  con satisfacción. 

Puerta de la Mejana

En la actualidad el uso hortícola de este espacio se alterna con las actividades de ocio puesto que numerosos huertos se han transformado en fincas de recreo. Su puerta ha sido dibujada y pintada en infinidad de ocasiones y abundan las jotas navarras en las que su nombre es pronunciado. Como muestra aquí os dejo un botón.


Bibliografía:
Mariano Sáinz. Apuntes tudelanos

jueves, 15 de septiembre de 2011

Urederra

Hoy voy a mostraros uno de los rincones más encantadores de Navarra. Se trata del nacedero del río Urederra. Este ocurre a una altura de 713 metros, al pié de un impresionante circo rocoso conocido como el balcón de Ubaba en la sierra de Urbasa. La erosión del agua ha formado a lo largo de millones de años un monumental anfiteatro que impresiona a todos los visitantes. Desde este mirador surgen las aguas del Urederra que, al cabo de 19 kilómetros, atravesando el valle de Améscoa, se diluyen, a la entrada de Estella, en el  río Ega que, según el dicho,  junto al Arga y Aragón hacen al Ebro varón.

Hace bastantes años lo visitamos por vez primera toda la familia. Entonces no había ningún impedimento y descendí con el coche hasta el fondo de un barranco por donde fluía el torrente. Como los niños eran muy pequeños desistí de llegar al lugar del alumbramiento puesto que había que realizar una dura ascensión.

Hace cinco años realicé una nueva visita eligiendo para ello un día esplendoroso. Tuve que dejar estacionado mi vehículo en el aparcamiento del pueblo de Baquedano  porque ya no es posible continuar con él la ruta que se inicia aquí . Bien pertrechados, tomamos el sendero que tras 5,3 km. nos llevaría hasta el nacedero.

Al fondo, el río

Por el bosque


La senda desciende cómodamente hasta un claro junto al río, continúa por  un llano para internarse en el bosque y más adelante va ascendiendo sin que entrañe mayores dificultades. Caminamos contra corriente en paralelo al curso del agua.  Es difícil describir las sensaciones que se nos van acumulando conforme vamos haciendo el recorrido. El contraluz de las hayas y robles, el murmullo del agua que, saltando alegremente entre las piedras, se torna alborotado en las numerosas cascadas, ruidoso en otras de más altura, los remansos cristalinos, las pozas de color verde esmeralda, el crujir de las hojas bajo nuestros pies, el canto de las aves que habitan la arboleda como los herrerillos, los carboneros, los chochines... el vuelo espectacular del quebrantahuesos. Es un bosque de cuento de hadas que hace volar la imaginación.

Una de las cascadas

Cromatismo natural

La travesía se hacía más y más  exigente a medida que avanzábamos. Fuimos ascendiendo hacia el circo y llegamos a una pasarela de madera que atraviesa la corriente. Mi mujer estaba cansada y nos dijo que nos esperaba a la vuelta. Yo, que me había adelantado, la animé a que continuase porque se percibía claramente el estruendo del agua. Tras un titubeo, al tenderle mi mano, accedió y proseguimos la marcha. 

Una de las pozas

El bosque a nuestro paso

Efectivamente, a muy pocos metros se nos mostró el gran espectáculo. Una pared impresionante de granito y surgiendo de ella un torrente en caída libre de 30 metros se estrella en los peñascos desprendiendo una nube de infinitas gotas creando una ambiente húmedo que nos cala de igual manera que el sirimiri. El ruido es ensordecedor a causa de la cantidad de agua que se despeña.

Descanso en el fluir

Reflejos plateados

En un apartado tomamos un pequeño refrigerio y descansamos contemplando semejante esplendor. Ciertamente el nombre en euskera de ur ederra, agua hermosa, hace honor al lugar.

Volvimos recorriendo el mismo itinerario, bien balizado, que no tiene mayor riesgo que el quedar estupefacto ante tanta hermosura.

Del blanco al verde

¿Verde o azul?

Llegamos al pueblo de Baquedano, escenario natural de la película de Montxo Armendáriz "Tasio", recogimos el coche e iniciamos el regreso a casa. Lo pensé mejor y nos dirigimos al cercano puerto de montaña. Dejando a la derecha el pueblo de Zudaire, por donde también se puede llegar al nacedero, ascendimos a la sierra de Urbasa para, desde lo alto del balcón de Ubaba, apreciar el universo verde que se extendía ante nuestros ojos. 

No era la primera vez que observaba tal maravilla. Recuerdo con agrado mis años de estudiante en Alsasua. En alguna excursión llegué hasta este hermoso emplazamiento y, en posición de decúbito prono debido a mi problema de vértigo, presencié semejante belleza que dejó profunda huella en mi memoria.  

sábado, 10 de septiembre de 2011

Sequía


Atardecer.
Cárdenos nubarrones.
Agua acechando...

Vana promesa,
esperanza baldía.
Campos resecos,

flores marchitas.
Frustradas ambiciones,
surcos sedientos.

Sueños vacíos,
estériles anhelos
desesperados.


Felipe Tajafuerte
2011

viernes, 9 de septiembre de 2011

Las puertas de mi ciudad

Hoy me apetecía pasear por la ciudad y como hace unos días leí algo sobre las puertas existentes en otro tiempo me he decidido a hacer una ruta incluyendo los lugares donde se supone estaban enclavadas. Me inclino a dar comienzo por la más cercana a mi domicilio.


Llego a la plaza De los Fueros, a la que desde su construcción en el siglo XVII siempre se le ha llamado Plaza Nueva , a pesar de todos los nombres oficiales que ha tenido a lo largo de su vida. Se nota que las vacaciones han terminado puesto que en las terrazas de los bares hay muchos huecos. Cercana a este lugar se encontraba la puerta de Albazares, en la confluencia de las calles Concarera y Muro. Un puente sobre el río Queiles daba paso a unas eras sitas en lo que hoy es la mencionada plaza. Esta puerta desapareció en 1680.


Puerta de Albazares


Continúo por la calle Muro recorriendo el mismo trayecto que seguía la antigua muralla. Frente a la actual Plaza de la Judería se encontraba la puerta de Zaragoza, una de las más significativas de la ciudad. Desde aquí, a través de un nuevo puente sobre el río, partía el camino hacia Zaragoza de ahí el nombre de esta puerta. Fue derribada en 1633 para evitar desgracias a los transeúntes. Recuerdo el desaparecido puente de hierro sobre el río actualmente soterrado.


Puerta de Zaragoza desde la Plaza de la Judería


Sigo la dirección de la inexistente muralla por el Paseo de Pamplona, girando a la izquierda para tomar la calle Terraplén.  En el lugar por donde el soterrado río Mediavilla sale de la ciudad para desembocar en el Ebro,  sobre su lecho existía un torreón y en él se ubicaba la Puerta de Alfandega o de Ribotas. Quizá unas piedras salientes, bajo la vía del ferrocarril, sean la base de dicho torreón. 


La puerta de Ribotas


Siguiendo hasta terminar la calle salgo a la trasera de la iglesia de la Magdalena. La pasarela bajo el ferrocarril me da paso al puente sobre el río Ebro. Aquí estaba situado un torreón con cuatro puertas. Una de ellas que daba directamente al puente se llamaba de Leza. frente a ella, en la muralla, la puerta del Puente por la que se accedía a la ciudad. Perpendiculares a estas, otras dos puertas, una a cada lado. En la posición que me encuentro mirando hacia el puente, la de la izquierda llamada del Cierzo conducía por un camino a la ermita del Cristo. La de la derecha, sin nombre conocido, conducía hacia Ribotas. No queda el menor vestigio.


Aquí la torre del puente y sus 4 puertas


Tomo la cuesta del Paseo del Castillo. El repecho me hace sudar. A mi izquierda las calles de San Pedro y la Magdalena, esta última con sus escaleras de ruejos. A la derecha el cerro de Santa Bárbara donde en lugar del desaparecido castillo se asienta la efigie del Corazón de Jesús. Al final de la calle, en su confluencia con la de Mediavilla se sitúa la puerta de Calahorra, una de las más primitivas, conocida por este nombre según atestigua un documento del año 1124. Una inscripción árabe existente en esta puerta hasta finales del siglo XVII decía que fue hecha en la hégira 484, hacia 1091 ó 1092, es decir 28 años antes de que Tudela fuera tomada por los cristianos.


Calle Calahorra desde donde se ubicaba la puerta del mismo nombre


Bajo la cuesta y al final, donde se junta con la calle Yeseros, encuentro el lugar por donde el río Mediavilla penetraba en la ciudad. Justo aquí se levantaba la Puerta de Gazoz y se unían la muralla de la morería con la general de la ciudad. Esta puerta fue demolida el año 1624. Es la última puerta de mi recorrido por la muralla principal.


Puerta de Gazoz


A partir  de ahora el recorrido  va a continuar por las puertas de la muralla del barrio al que fueron obligados a trasladarse los musulmanes a raíz de la conquista de Tudela por las huestes de Alfonso I El Batallador.


Por Yeseros salgo a Granados y en su término se juntaba con la calle Carmen Alta. Allí se ubicó hasta finales del siglo XVII la puerta de la Morería que daba paso del barrio cristiano al moro, de un recinto amurallado a otro por lo que no se trataba de una puerta defensiva aun cuando contaba con dos torreones. Cuando los musulmanes fueron expulsados tomó el nombre de Puerta del Mercado. 


En su inmediaciones la puerta de la Morería


Giro hacia la Plaza de San Juan y a continuación por la calle Dominicas me acerco al lugar aproximado en el que se supone estaba la Puerta de Velilla, desde donde partía el antiguo camino de Murchante que, bordeando el río Queiles, llegaba a Urzante y Cascante.


Cerca de aquí la Puerta de Velilla


Camino un poco rotando hacia la izquierda para tomar la calle Gayarre. El antiguo convento de carmelitas Descalzos, después seminario donde estudiaban los "pipirroyos", es ahora un centro de salud. Llego al colegio de Elvira España, mi primer colegio en el que aprendí a leer y escribir, que entonces llamábamos escuelas públicas. Continúo por Alberto Pelairea, calle dedicada a este poeta tudelano. Al final de esta calle que va a parar al Paseo del Queiles estaba situada la Puerta de Calchetas porque, cruzando un puente, un camino se dirigía a esta desaparecida villa entre Tudela y Urzante. En la actualidad Calchetas es un término comprendido entre el Hospital Reina Sofía y la entrada a la AP-68. Más tarde esta puerta fue llamada La Portaza y después del Postiguillo.


En sus cercanía la puerta de Calchetas


A través de la calle Zurradores me dirijo a la de Herrerías, formada al rellenarse el foso de la muralla que separaba el barrio cristiano de la morería. Por Yanguas y Miranda acabo de nuevo en la Plaza Nueva, cuarto de estar de los tudelanos. Me siento a la sombra en una terraza y saboreo con fruición una refrescante cerveza. Tostada, para más señas, que es la que a mí me gusta.   


Otras puertas de las que se tiene noticia son la Ferrena o Real y la de Ardebillas, ambas situadas en el recinto amurallado del castillo, siendo la primera por la que se accedía al recinto del rey. 


En nuestra ciudad  ha perdurado gran parte del patrimonio particular, tanto eclesiástico como civil: catedral, iglesias, palacios, casas solariegas, escudos, etc. Sin embargo el patrimonio histórico comunal ha tenido otro devenir. Bien sea por imposición, desidia u otros intereses el caso es que quedan escasos vestigios de las murallas, tres pequeños lienzos, de la antigua fortaleza no quedó piedra sobre piedra. Las puertas que he ido recorriendo, como podéis comprobar en mis fotografías, han desaparecido por completo, sin que haya quedado nada que nos haga recordar que por esos espacios, en otro tiempo, pasaba la vida de toda la comarca. 


Indudablemente los materiales fueron aprovechados puesto que con las piedras del castillo y las murallas se acondicionaron numerosas casas, bodegas etc. Concretamente, el cañón por donde discurre el río Queiles, bajo la plaza de los Fueros, se construyó con los sillares del arruinado castillo.


Bibliografía:
La Tudela desconocida. Luis María Marín Royo

sábado, 3 de septiembre de 2011

Noches blancas

Hace unos días llegó a mis oídos por casualidad, creo que fue en la tele, algo sobre las auroras boreales. Esto inmediatamente trajo a mi recuerdo el viaje que hicimos el pasado año a Rusia.

Fue un viaje inolvidable en todos los sentidos. Lo iniciamos en San Petesburgo y continuamos con un crucero de más de mil kilómetros a través de los ríos Neva, Svir, Canal del Volga-Báltico, Sheksna, Volga y Canal Moskvá, pasando por los lagos Ládoga, Onega, Blanco y embalse de Rybinsk, con paradas en Mandroga, Kizhi, Goritsy y Uglich para finalizar en Moscú.

Los días a bordo del Zosima Shashkov transcurrieron apaciblemente siendo testigos de unos amaneceres y unas puestas de sol impresionantes, rodeados de agua y de una vegetación exhuberante. La comida fue excelente en calidad y presentación. Por poner un pero, la estrechez de los camarotes.

En San Petesburgo es donde coincidimos con las noches blancas. Teníamos nuestra residencia en el barco, anclado en el puerto fluvial, a unos 15 kilómetros de la ciudad. Una noche (por decir algo), decidimos un grupo salir después de cenar para conocer este fenómeno natural en la propia ciudad. Tomamos el metro, a cuya boca nos acercó el autobús lanzadera. A las diez de la noche estábamos en San Petesburgo. Era sorprendente. La luminosidad era similar a la de España en agosto a las nueve de la tarde y estábamos a finales de mayo. 

Avenida Nevski a las diez y media de la noche

Y nos dieron las once

Eramos un grupo de nueve personas. Foto aquí, foto allá. ¡Cuantas limunsinas!... El tiempo se nos paso en un verbo. Como en la canción, nos dieron las diez y las once, y las doce y la una y las dos... Era hora de volver al barco porque ya había caído la noche y  a las cuatro de la mañana el sol nos daría de pleno a través del ventanal del camarote. 

Y las doce

Y la una

Quisimos hacerlo todos juntos en una limusina pero el puerto fluvial se excedía de su radio de acción. Optamos por el taxi y nos dispusimos para el consiguiente regateo. En el primero marchó un matrimonio con otra señora, en el siguiente dos amigas y en el tercero lo hicimos mi hermano y yo con nuestras esposas. Craso error el separarnos e irnos sin esperarnos los unos a los otros.

El taxi que tomamos nosotros no era oficial sino clandestino. Nos pidió 1.000 rublos. Sabíamos que los demás habían concertado 600, por tanto ofrecimos 400. Tras el regateo acordamos definitivamente 500 rublos (unos 13 euros). Como no estábamos seguros de que supiera donde llevarnos le facilitamos el teléfono del barco. Hablaba por el móvil a la vez que conducía a toda pastilla por las no muy iluminadas calles de la ciudad paralelas al río Neva. 

San Pedro y San Pablo a la una de la mañana

En la oscuridad, sin referencias, no sabíamos si nos llevaba por buen camino. Por señas le dijimos que le daríamos los 600 rublos, más bien por tranquilizarnos nosotros ya que mi hermano, un cagueta integral en estos casos, nos lo estaba poniendo más negro que la noche.



No sé cuanto tiempo duró la carrera pero se nos hizo eterna. Era noche cerrada cuando nos dijo que ya habíamos llegado y que le pagáramos. Nosotros no lo teníamos muy claro. De noche todos lo gatos son pardos. Enviamos a nuestra mujeres al puesto que había de vigilancia a preguntar. Al poco rato volvieron con las guías de guardia de nuestro barco. Tranquilizados ya, le dimos los 600 rublos. Nos exigía los 1.000. Sin hacerle el menor caso nos dirigimos hacia la pasarela y a nuestros respectivos camarotes. 

Anochecer durante el crucero

Por la mañana, comentando con nuestros compañeros contempladores de noches blancas, nos dijeron que a ellos también les habían solicitado el importe de los 1.000 rublos a pesar de ser taxistas con credencial.

La maravillosa excursión "nocturna" nos hizo pasar, sin solución de continuidad,  de una noche blanca a otra  negra, inquietante, tenebrosa a criterio de nuestras mujeres, ya que nos podía haber pasado cualquier cosa, según creían ellas.

Amanecer en el lago Onega

Es muy probable que tuvieran razón. Yo estaba más despreocupado pero mi hermano estaba totalmente de acuerdo con ellas. A partir de ese momento, creo que me he vuelto más precavido, aunque soy muy consciente de que en todas partes cuecen habas.


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